miércoles, junio 1

SORPRESA, AMOR, PROFUNDIDAD

Carlos se maravillaba de lo que estaba leyendo. No daba crédito a las afirmaciones que llegaban a sus ojos, a su mente, a su comprensión y a su vida natural.

Se daba cuenta de que toda su vida había crecido dividido. Por una parte, iba el camino del espíritu, de la bondad y de los sueños ideales. Por otra, la vida práctica de cada día con sus durezas, sus contrariedades y sus muros infranqueables. 

Recordaba aquellos sábados de niño en la escuela. El sábado tocaba leer el evangelio. El maestro casi siempre lo elegía a él para que lo escribiera en la pizarra. Carlos se sentía privilegiado por esa gran oportunidad para él. 

Escribía aquellas palabras sin entenderlas totalmente. Sin embargo, emanaban una energía que conectaba con su alma, con su interior, con sus anhelos más profundos. Con algunas palabras, su mente recorría sueños de maravilla. 

No tenía palabras para analizar porque la mente de un niño no tiene el aparato crítico para analizar. Pero, sí tenía una sensibilidad amorosa que captaba algo de la emanación bondadosa de aquellas expresiones. 

Carlos se esforzaba por poner todas las líneas bien rectas. Debían serlo para que cupiera el evangelio en la pizarra. Una vez lo terminaba se sentaba. El maestro hacía leer párrafos a los alumnos. Eran momentos muy dichosos. 

Carlos fue creciendo y en su juventud entendió que aquellas palabras se dirigían de lleno a la vida. No eran palabras de otros planetas que nos llegaban a la tierra. Eran palabras que tocaban lo esencial del ser humano en su vida concreta. 

Pero, hacía bien la distinción. Eran palabras que se repetían en las iglesias. No eran palabras que se vivían cada día en el trabajo, en el estudio, en las diversas acciones que realizaba. 

Había aceptado que había una especie de esquizofrenia. En la iglesia todos parecíamos muy buenos y muy atentos. Fuera de la iglesia, la vida tomaba otros rumbos, otras direcciones, otras ideas. 

Fue creciendo y esa dicotomía se profundizaba. Por un lado veía la idealidad, por otro la crudeza y la exigencia. No se casaban entre ellas. Cada una tenía su campo. Cada una tenía su influencia en la persona. 

Carlos había aceptado esa separación como natural en su vida. Un día, cansado de esa ambigüedad, a sus veintitrés años, entendía que en su interior no podía vivir esa doble moral. Deseaba ser responsable. Necesitaba vivir la autenticidad. 

No quería seguir la corriente general de las dos visiones. Se dirigió al horizonte. A la cima de la montaña que tenía delante. Y expresó esas palabras: “Si existes, Dios mío, revélate. Si no existes, no puedo seguir esta doble línea que la vida me propone”. 

Carlos quería unir esas dos miradas que nunca se mezclaban. Dejó que pasaran los días y en su interior empezó a arder un intenso deseo de conocer la Biblia. En aquellos momentos era un libro voluminoso y no al alcance de muchas personas. 

Carlos sentía esa necesidad para tener una fuente directa en el camino de la vida. Llevó a cabo el estudio con ayuda de personas que la conocían bien. Su alma se llenaba de visiones, de propuestas, de ejemplos, de principios, de sentimientos y, sobre todo, de un amor inmenso que resonaba en su interior. 

Fue todo un descubrimiento. Aceptó que aquel grito desesperado lanzado al Creador había tenido la respuesta en el conocimiento directo de aquel libro sagrado. Allí empezó a comprender esos evangelios escritos de niño. 

Empezaba a captar los principios que contenían. Todo un descubrimiento. Y ahora, con los párrafos que tenía delante de sí, empezaba a tocar la esencia del asunto: 

“Dios te ha dado un lugar en Su mente que es tuyo para siempre”. 

“Pero sólo puedes conservarlo si lo das de la misma manera que se te dio”. 

¿Cómo ibas a poder estar solo allí cuando se te dio porque Dios no dispuso estar solo?

“No es posible reducir la Mente de Dios”. 

“Tan solo se puede expandir, pues todo lo que Él crea no está limitado”. 

“Dar sin límites es lo que Dios ha dispuesto para ti porque eso es lo único que puede brindarte Su dicha, la cual es Su Voluntad compartir contigo”. 

“Tu amor es tan ilimitado como el Suyo porque es el Suyo”. 

Carlos veía la comprensión de su viaje desde el evangelio en la pizarra hasta la afirmación de que el amor nuestro es el amor de Dios. “Tu amor es tan ilimitado como el Suyo porque es el Suyo”. 

Carlos se sentía comprendido en su interior. Conocía su esencia, sus fuentes, sus principios interiores y la Voluntad clara de ese Creador que desde niño, en la pizarra, lo llamaba.

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