sábado, junio 4

SORPRESA, CLARIDAD, CENTRO

Josué leía y releía. Estaba llegando al centro del problema, al meollo de la cuestión. Las líneas se desplegaban y cada una dejaba un surco labrado en su corazón.

“No puedes ser feliz a menos que hagas lo que realmente es tu voluntad, y esto no se puede cambiar porque es inmutable”. 

“Es inmutable porque es la Voluntad de Dios y la tuya, pues de otro modo Su Voluntad no podría extenderse”. 

“Tienes miedo de saber cuál la Voluntad de Dios porque crees que no es la tuya”.

“Esta creencia es lo que da lugar a la enfermedad y al miedo”. 

“Todo síntoma de enfermedad y de miedo emana de ella porque es la creencia que hace que no quieras saber”. 

“Al creer esto te ocultas en la oscuridad, negando que la luz se encuentre en ti”. 

Josué veía que se tocaban tres puntos muy importantes: felicidad, enfermedad y miedo. 

La felicidad lo llegaba a entender. No todo lo que llega al alma la llena. Muchas cosas que creemos que nos van a llenar de felicidad tienen fecha de caducidad y pasado cierto tiempo dejan de llenar. Los vacíos siempre se hacen presentes. 

Reconocer y aceptar que nuestra voluntad es la divina es un paso significativo en la vida. Una decisión en el buen camino. En algunas ocasiones había experimentado una plenitud maravillosa. 

Entendía que debía ser prudente en ese camino. Sentirse como una extensión de la voluntad divina era un concepto que no podía compartir con muchas personas. Sonaba a toda una arrogancia. Sin embargo, las líneas que leía lo marcaban y lo remarcaban. 

Era como despertar de un sueño y encontrarse con sus propios orígenes. Amaba la forma de pensar de lo divino. Se identificaba con sus planteamientos. Sentía en sus momentos de reflexión que su corazón lo apoyaba en estos senderos. 

A veces pensaba que era una obstinación por parte del ser humano, y, en este caso, suya, no aceptar esa realidad que marcaba este pensamiento de unidad entre Dios y cada un@ de nosotr@s. 

Siempre había visto a Dios lejano, imponente, poderoso, allá a lo lejos. Ahora se le acercaba de una forma inusitada, impensable, nunca oída. Sin embargo, le venían las metáforas de la Biblia: Yo estoy a la puerta y llamo. Si tú quieres, ábreme la puerta, entraré y cenaré contigo. 

Josué se planteaba que era hora ya de aceptar realmente la experiencia de esa metáfora. La unidad le hacía sentir una paz interior que irradiaba a todas las partes de su cuerpo y de su alma. 

Daría un paso adelante. Vencería ese miedo natural a aventurarse por nuevos caminos no aprendidos ni vislumbrados. Se trataba de tocar su esencia. El amor le había conquistado en infinitud de ocasiones. La creencia había que cambiarla. 

La lejanía no existía. La identificación se imponía. Nueva luz caía por su rostro. Nueva energía lo invadía. Josué sentía que estaba en el inicio de un camino fuerte y seguro. 

Tampoco había asociado las consecuencias de la enfermedad por no sentirse identificado con lo divino. Con los avances científicos de la influencia de la emoción y los pensamientos en las hormonas del cuerpo empezaba a ver claridad también en este campo. 

Las hormonas que despiertan el vigor y la energía como la dopamina y la serotonina se asociaban con estados de alegría, de plenitud y de confianza. Pero, las hormonas que producen malestar al cuerpo como el cortisol y el glutamato se asociaban a la tristeza, a la frustración y a la contrariedad en la vida. 

También veía Josué ese camino de la buena salud en la identificación de su voluntad con la divina. Todo un tesoro de descubrimientos se agolpaban en su mente. Toda una plenitud se intuía en sus ojos. Josué estaba dichoso. Josué estaba contento. 

Así concluía que el miedo, como consecuencia de lo anterior, no tendría cabida en su experiencia y quedaría truncado por la unión de su voluntad con la Voluntad de su Creador.

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