Martín estaba un poco confundido. Escuchaba a su madre. La veía contrariada. Hablaba de una vecina que la había ofendido. Martín sufría en esas ocasiones en las que una buena amistad, unas buenas relaciones entre las personas conocidas quedaban truncadas por un detalle, por un comentario.
La ruptura, la separación entre las personas era una experiencia que le costaba admitir en su interior, en su vida y en sus sentimientos. Muchas veces se preguntaba si realmente había habido una intención de molestar o solamente un comentario no muy acertado.
Como siempre, toda la familia apoyaba a su consanguíne@. En eso no había discusión. No se reflexionaba sobre la verdad, sobre la sensibilidad, sobre la sensatez. Los bandos se formaban como si fueran un automatismo. Cada bando defendiendo al suyo.
Martín veía en esa disposición una actitud poco sabia. Una actitud de colaboración y de apoyo se veía, de la noche a la mañana, abocada al fracaso. No solamente había desaparecido la buena relación. Había sido reemplazada por una actitud de rechazo, de desprecio y de desdén absurdo.
Martín veía la aportación de Jesús muy propia en estos casos: “Oísteis que fue dicho – No matarás - pero yo os digo que el que sea irrespetuoso con su. . .” Una lucha de sentimientos encontrados y enfrentados se desarrollaba entre las dos familias.
Martín lo pasaba realmente mal. Se veía con ojos descentrados y mal dirigidos hacia su persona. Él no había hecho nada. Y también pensaba que un malentendido no era para tanto. Le gustaría encontrar algún modo de solución, de clarificación de conceptos y no de enfrentamiento.
Una buena relación se apreciaba mucho. Una buena relación era la paz que toda criatura necesitaba. Se veían arrastrados por vientos huracanados sin quererlo. Y debían seguir esos vientos por automatismos reflejos. Todo un sinsentido.
Al dar con los siguientes pensamientos, Martín vio una solución nueva a esas situaciones llenas de grietas pero carente de manos comprensivas.
“Si percibes que un herman@ te ha ofendido, arranca la ofensa de tu mente, pues es Cristo quien te ofende y estás engañado con respecto a Él”.
“Sana en Cristo y no te sientas ofendido por Él, pues la ofensa no tiene cabida en Él”.
“Si lo que percibes, te ofende, te ofendes a ti mismo y condenas al Hijo de Dios a quien Dios no condena”.
“Deja que el Espíritu Santo elimine todas las ofensas que el Hijo de Dios comete contra sí mismo, y no percibas a nadie si no es a través de Su consejo, pues Él quiere salvarte de toda condenación”.
“Acepta Su poder sanador y extiéndelo a todos los que Él te envíe, pues Su Voluntad es sanar al Hijo de Dios, con respecto al cual Él no se engaña”.
Martín veía en estas ideas una superación del dolor, una superación del enfrentamiento que tanta contrariedad y molestia conllevaba. También veía que la visión de Jesús entraba en los entresijos de la vida diaria de las personas. Ello le alegraba sobremanera.
Considerar a cada persona como Jesús, era un cambio de visión nueva, transformadora y redentora. Jesús estaba en su labor de ir borrando las ofensas diarias que tantas y tantas lágrimas y pensamientos negativos arrastraba.
Martín sonreía. Al fin, encontraba un nuevo camino para enfrentar esos dichosos malos entendidos.
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