lunes, junio 6

PAZ, SERENIDAD, SILENCIO

Javier recorría aquellos parajes rodeados de frondosos árboles. Sentía el alivio de la sombra y de su acogida en aquellas horas de sol. Una suave brisa pasaba y se deslizaba entre las hojas y las ramas. La sentía en el roce de su cara y en la frescura que irradiaba.

Todo un abrazo en medio de la planicie. Todo un lugar para resguardarse de la inclemencia del sol. Sentado sobre una piedra plana. Recostado sobre el tronco de uno de los árboles. Un muchacho de ciudad se deleitaba con aquel momento lleno de encanto. 

El tiempo parecía que se había parado. Las prisas se habían desvanecido. Las vacaciones le propiciaban nuevas aventuras que durante el año no vivía. Eran momentos especialmente apreciados. Respiraba hondamente. Sentía el aire invadir su boca y sus fosas nasales. 

Todo respiraba a campo, a árbol, a las aguas de un riachuelo cercano, a la vista amplia de aquella llanura y a los verdes que la salpicaban con las diferentes plantas y sembrados. Momentos especiales que llegaban a su alma. 

La brisa que iba y venía le hacía recordar la idea del Espíritu Santo. Era como un viento que pasaba sin saber de dónde venía pero sus efectos se sentían. Javier los gozaba en la frescura que le ofrecían. 

Javier dejaba a su mente volar con los pensamientos que le cruzaban. Siempre aspirando la esencia de su vida, de su alma y de sus personales inquietudes. Allí entraba un tanto en sí mismo y se dejaba llevar por el aire de las líneas que iba leyendo: 

“El Espíritu Santo no puede hablarle a un anfitrión que no le dé la bienvenida, puesto que no sería oído”. 

“El Eterno invitado jamás se ausenta, pero Su Voz se vuelve cada vez más tenue en compañía de extraños”. 

“Necesita tu protección, únicamente porque la atención que le prestas es señal de que deseas Su Compañía”. 

“Piensa como Él aunque sólo sea por un momento y la pequeña chispa se convertirá en una luz tan resplandeciente que inundará tu mente para que Él se convierta en tu único Invitado”. 

“Siempre que le abres las puertas al ego, menoscabas la bienvenida que le das al Espíritu Santo”. 

“Él no se ausentará, pero habrás hecho una alianza contra Él”. 

“Sea cual sea la jornada que decidas emprender, Él irá contigo y esperará”. 

“Puedes confiar plenamente en Su paciencia, pues Él no puede abandonar a ninguna parte de Dios”. 

“Mas tú necesitas mucho más que paciencia”. 

Javier, en aquella paz, se dejaba invadir por la brisa, por los pensamientos y por la presencia del Espíritu Santo. Descubría la seguridad de su presencia. Comprendía la actitud de su constancia. Nunca estaba solo. El Espíritu Santo siempre le ofrecía su compañía. 

En sus momentos de vorágine, cuando parecía que todo se hundía, Él estaba para recordarle que la tranquilidad era Su poder y Su presencia. Muchas veces ante el cansancio, dejaba que la noche y el descanso recuperara las energías perdidas. 

Con paz y con paciencia, todo se resolvía enseguida. El acierto se multiplicaba. La angustia desaparecía y la plenitud le inundaba. Javier sentía que él era el dueño de la casa. En sus decisiones estaba conectar con tan profunda compañía. 

Allí, entre los árboles, y con la brisa como compañera, dejaba que el Espíritu le hablara y pudieran los dos hacerse tan amigos que ya nunca se olvidaran. Un camino conjunto los dos diseñaban en aquella hora de sol tan brillante. 

Se quedaba impresionado por la sensibilidad del Espíritu Santo: “Necesita tu protección, únicamente porque la atención que le prestas es señal de que deseas Su compañía”. 

Javier se esmeraba en captar esa sensibilidad. También agradecía la profunda libertad que se desarrollaba delante de él. Concluía que ninguna fuerza puede dirigirnos excepto aquellas que nosotros libremente elegimos. 

La paz cubría su alma. La tranquilidad le daba sosiego. La luz lo inundaba todo. Los árboles con sus ramas lo abrazaban en esos momentos donde toda la naturaleza cantaba un suave canto de nirvana.

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