jueves, octubre 13

APRENDIENDO SABIDURÍA

A Manuel, cada vez que se le cruzaban las ideas y las imágenes de aquel recuerdo, le inquietaba. Debía ir de inmediato a su consciencia y poner paz en su mente y en su cerebro. Fue un momento de intensidad frustrante. Una focalización en un punto de su alma que le hizo poner toda su energía. La expresión de desaprobación le brotaba por los poros, por los ojos, por sus contestaciones de rabia, por sus movimientos nerviosos.

Tenía cinco años. Su abuela había venido del pueblo para estar con la familia unos días. Después debía marchar a otra ciudad para estar con otra de sus hijas. Es decir, una tía de Manuel. Pasó varios días con ellos. Disfrutaron de su compañía, de su cariño y de su atención. Pero el día de la partida llegó. Su madre, su hermana y su abuela, todas con los bultos, iban al lugar donde el coche de línea tenía la parada. Eran las cuatro de la tarde. El sol daba fuerte. Manuel caminaba ayudando con los bultos. 

Todos, contentos, iban a dar el adiós a su abuela. Se iban acercando. Al salir de casa, Manuel le había pedido a su madre que deseaba marcharse con la abuela a casa de su tía. Su madre, para no enfrentarse con un problema, le dijo que sí. Esperaba que se le pasara esa idea a Manuel. Era extraña. No se lo esperaba. Llegaban a la parada del autobús. Se esperaron a que viniera. Pusieron los bultos en el maletero. Estuvieron hablando antes de que saliera. 

Una vez llegada la hora, su abuela subió al autobús. Manuel quiso subir con ella. Tenía decidido en su mente que se marchaba con ella. Le dijeron que no podía marcharse. Le dieron muchas razones. Manuel no escuchó absolutamente ninguna. Su frustración empezó a aparecer. Sus lágrimas en los ojos. Sus gritos resonaban en aquel lugar sin ruidos. ¡Quería marcharse con su abuela!

El autobús partió. Manuel arrastrado literalmente por su madre, empezó el camino de regreso a casa. Un señor muy amable le ofreció un caramelo. Manuel, desde su interior, vio que era una forma de ser sobornado para dejar de sentirse frustrado. Manuel se empecinó en su furia y en su pataleta. Su pensamiento estaba focalizado: su abuela. Nada podía calmarlo. 

Al pasar esas ideas por su mente, Manuel se dio cuenta de la fuerza del ego cuando se cerraba en sí mismo. El ego lo destruyó emocionalmente esa tarde, destruyó emocionalmente a su madre y a su abuela. El ego era totalmente destructivo. Con el tiempo, fue ganando consciencia de esa actuación, consciencia de su ego que se quería imponer. Se impuso en aquella manifestación. Lo que más le sorprendía era cómo su inteligencia y su sentimiento lo apoyaba. 

Decidió apoyarlo en contra de las palabras bondadosas de su madre. Decidió apoyarlo en contra del ofrecimiento amable del señor con aquel caramelo. Decidió apoyarlo en contra de su madre al dejar de caminar y sentirse arrastrado. Sentía que debía dejarse llevar por aquella emoción del ego. 

Con un poco más de consciencia, Manuel comprendió que no podía abandonar a sus padres. No debía imponer a su abuela su presencia. Debía haber pactado, desde la serenidad, la posibilidad o no de marcharse con ella. La paz del acuerdo le hubiera evitado esa sonora frustración que le hizo sufrir mucho en aquella ocasión. 

Manuel se había focalizado en ese hilo sentimental que lo unía con su abuela. Pero su mente, no acostumbrada a planificar, saltó de inmediato al hecho sin ni siquiera reflexionar. Ese ego lo había hecho caminar por senderos pedregosos y llenos de dificultades. Una visión más amplia de la situación se fue abriendo ante sus ojos. No todo en la vida era focalizarse y decidir. Había que tener en cuenta muchos otros elementos. 

Manuel aprendió que, además del ego (focalización en un punto emocional), tenía una mente comprensiva. Le gustaba la sabiduría. Fue dando pasos para ir completando sus horizontes, los elementos de sus decisiones, la consideración y el respeto debido. Aquella tarde se había herido a sí mismo y había herido a sus más cercanos allegados. Había herido al amor. Esa mente comprensiva se iba expandiendo. 

Gracias a su consciencia, iba viendo la amplitud de las situaciones, las alternativas que tenía, la dirección de las soluciones. Tenía el respeto a los demás como lo primordial en su vida. Un toque de amor que siempre le hacía sentir bien y llegar con comprensión a todas las incidencias. Sentía el agradecimiento interno por ganar sabiduría. Eso le daba esa paz que había anhelado en su vida. 

Aquella experiencia le sirvió para aprender el valor de la focalización y el inconveniente de la falta de comprensión. La recordaba, a pesar de todo, con alegría viendo el cambio de visión que había representado en su vida. Una nueva visión había nacido en su interior. Y una enorme felicidad le seguía al evitar esas frustraciones  provocadas por el error. 

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