domingo, octubre 9

EL DICCIONARIO DE LA UNIÓN

Raúl le estaba dando vueltas a un concepto que le había intrigado siempre: La separación vs unión. Había sentido, en muchas ocasiones, que aquellas personas que no le comprendían las sentía como muy separadas. Mientras que otras personas comprensivas las sentía más cercanas y unidas. Este juego de lejanía/cercanía se ejecutaba en muchos planos.

Desde el fondo de su ser, desde su carácter, veía que se sentía más cercano a personas, con las cuales se sentía unido a sus propuestas y a su trato. Otras personas le hacían sentir más lejano y se sentía separado. Por ello, este juego se desarrollaba con mucha naturalidad en su vida. En sus juegos de amigos, cuando se trataba de elegir compañeros para un equipo, se hacía presente esta idea. 

Así fue superando los escalones de los años y la idea de unión/separación le acompañaba, le seguía, le orientaba y la sentía. En algunos momentos de su experiencia se preguntaba si la culpa estaba en él. En eso de sentirse separado de las personas, ¿de qué sería culpable? Al menos, él no lo había decidido de una forma consciente.

Así Raúl entendía que esa idea de culpabilidad le roía el alma. Él no quería sentirse separado de las personas. Pero, por lo que oía de unos y de otros era lo normal sentirse separado de muchas personas. El juego de unión/separación se hacía presente en las vidas. Las expresiones “tú tienes la culpa”, “yo he ganado”, “te he vencido” se dejaban oír con mucha naturalidad y frecuencia. 

Raúl se preguntaba si esas palabras eran realmente auténticas o reflejaban una realidad que no existía. Muchas veces sus oídos habían escuchado eso de amor incondicional. Pero había llegado a la conclusión que muchas personas desconocían su significado. Amor incondicional implicaba romper esa idea: separación vs unión. 

Y para lograrlo, la culpabilidad separadora debía desaparecer. Además, el canto de victoria, que implicaba la derrota de otros, también debía desaparecer. Toda una serie de palabras que pasaban por su mente en la dirección de romper ese concepto de la separación y del enfrentamiento. Las cosas naturales de la vida debían caminar en la unión, en la comprensión y en el respeto. 

Raúl concluía que, dado que lo exterior era reflejo del interior, en su mente debía desaparecer todo contacto con la idea de separación. Reconocía que todo lo que le separaba de los demás, le separaba de él mismo, de su Ser, de su unidad, de su profunda esencialidad. Era como romperse él mismo, dividirse él mismo, partirse en muchos pedazos. 

Por ello, las palabras separadoras, creadoras de barreras entre los humanos, como culpa, victoria, no debían formar parte del vocabulario de su vida. La “culpa” no estaba en su diccionario. La “victoria”, tampoco. Poco a poco, el amor “incondicional” dejaba de tener su peso. Ya no era necesario añadirle el adjetivo “incondicional”. Si no era “incondicional” no merecía el nombre de amor. 

Era una unión de personas con intereses mutuos. Funcionarían las dos mientras sus intereses fueras complementarios. Un día se enfrentarían sus intereses y se disolverían. El amor, por el contrario, fundía las personas y las hacía crecer como mundos compartidos, unidos, transformados y entregados. La claridad se hacía en su mente. 

Se entregaba a la lectura de aquellas líneas: “El Espíritu Santo (unión) conduce al Cielo (unión) tan ineludiblemente como el ego (separación) conduce al infierno (separación)”. 

“Pues el Espíritu Santo (unión), que sólo conoce el presente, se vale de éste para desvanecer el miedo (separación) con que el ego (separación) quiere inutilizar el presente”. 

“Pues el tiempo, de acuerdo a las enseñanzas del ego (separación), no es sino un recurso de enseñanza para incrementar la culpabilidad (separación) hasta que ésta lo envuelva todo y exija eterna venganza (separación). 

Así Raúl se deshacía de las palabras que le invitaban a la separación. Amor sin adjetivos era su elección.

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