Humberto estaba pensando en esa anécdota que leyó en una ocasión en un libro sobre sabiduría oriental. Era fácil de ver la ilustración. Era fácil de aplicar a los demás. No era tan fácil aplicársela a uno mismo. La imagen de un maestro sirviendo una taza de té daba lugar a una reflexión muy sencilla pero no fácil de aplicar.
Una persona quería aprender de ese maestro. Quería beber de su sabiduría. Necesitaba absorber parte de esas adquisiciones que esa persona había logrado. Las deseaba para su vida. Sabía que con su ayuda podría conseguirlas. Era un hombre con muchas posibilidades económicas. Con un buen tratamiento con ese maestro todo se podría conseguir.
Sin lugar a dudas un planteamiento bien elaborado en su mente. Su intelecto quería conseguir cosas y había descubierto muchos medios para alcanzarlas. Su dinero se lo había facilitado todo. Su inteligencia le había proporcionado muchos atajos. Todo era cuestión de ponerse de acuerdo. Seguiría los caminos del maestro.
Se consideraba muy capaz de lograrlo. Se sentía seguro en su interior. Todo dependía de la comprensión. Él la tenía en sumo grado. Todo dependía de poder pagar esos encuentros. Tampoco tenía problema. Así que se sintió ante su maestro totalmente confiado, seguro, firme, con las ideas claras, con los objetivos bien trazados, con todos los elementos que siempre había utilizado.
Sin duda, se consideraba un hombre de buenos logros en muchos campos de la vida. Pero, le faltaba la paz que tanto ansiaba. Algo no había funcionado en su interior. Iba a buscarla con ese maestro que le habían recomendando sus amistades más cercanas. Así que por fin se encontraba ante el maestro para dejarse llevar por sus sendas de sabiduría.
El maestro empezó con todos los gestos de servir el té. La persona lo miraba con mucha atención. Unos movimientos precisos, adecuados, con la velocidad medida, y con una atención total del maestro en lo que hacía. Estaba admirada la persona con todos esos detalles que se desplegaban ante sus ojos. Llegó el momento de poner el té en las tazas. Eligió la taza de su invitado. Empezó a poner el té y, para sorpresa del invitado, el té se desbordaba y se esparcía sobre la mesa.
Eso descompuso a la persona. Todo el ritual seguido se rompió de inmediato en su mente. En un momento vio que se encontraba ante la torpeza de un maestro que no sabía medir la cantidad de una forma tan sencilla. Se dirigió al maestro, y un poco molesto, le dijo si no se enteraba de que se estaba desbordando la taza.
El maestro, con su tranquilidad y paz proverbial, le respondió con dulzura. “Soy bien consciente de lo que hago. Pero, sólo quería responderle un poco a sus pensamientos. Si yo comparto algunos de mis pensamientos con usted, le pasará lo mismo que al té. La taza de su cabeza está llena, muy segura de sí misma, muy confiada ella. No le servirán de nada.
“Usted es su propio maestro. Ya ha conseguido muchas cosas en su vida. Sabe cómo alcanzarlas. Conoce los métodos. De nada serviría que yo le propusiera alternativas. Usted las rechazaría. Conoce caminos que usted considera mejores. Y en esas consideraciones usted se perdería en la comparación. Cuando usted descubra que sus consideraciones no son todo lo completas que usted las valora”.
“Cuando usted descubra que sus afirmaciones no merecen tanta credibilidad como les daba. Cuando usted descubra que hay otros caminos alternativos más eficientes, ese día la taza de té de su cabeza no se desbordará. Estará vacía para llenarse del té de la sabiduría”.
Humberto relacionaba esa historia con lo que acababa de leer: “Aquellos que nunca se olvidan de que no saben nada, y que finalmente están dispuestos a aprenderlo todo, lo aprenderán”.
“Pero, mientras confíen en sí mismos, no aprenderán”.
“Pues habrán destruido su motivación para aprender pensando que ya saben”.
“No creas que sabes nada hasta que pases la prueba de la paz perfecta, pues la paz y el entendimiento van de la mano y nunca se les puede encontrar aparte”.
Humberto tenía la medida para verificar, en sí mismo, si andaba por los caminos oportunos. Esa paz perfecta vibraba en su pensamiento. Latía en su corazón. Afloraba por sus poros. Era la motivación de reconocer, en él, la claridad de sus decisiones y de sus elecciones en cada momento.
La perfecta paz, el constante equilibrio, la esencial naturalidad, la belleza celestial, la sanación amorosa. Todos aspectos del Espíritu Santo. Un mensaje único, la obra suprema de captar su totalidad, en toda su intensidad.
ResponderEliminarY desde el Amor, por el cuál, toda su realidad toma su espacio, lugar, esencia y resorte en nuestra Alma.
El Espíritu Santo, nos recuerda que somos sabios y sagaces,que somos un pensamiento de comprensión, que en su trayectoria deshace nuestros "errores", nos muestra el motivo sancionador de la Mente del ego y su irracionalidad, nos ofrece la auténtica visión que lo expía. Ahí radica LA PERFECTA PAZ.
El Espíritu Santo arroja su sanación, como manantial de agua sanadora que fluye desde el ser, a todos los aspectos de nuestra vida, regando la infertilidad del terreno confuso, ofreciéndonos lo que ya es íntegramente nuestro, invitando a las preocupaciones y miedos internos a ser llevados consigo a su expiación, restableciendo LA PERFECTA PAZ.
El Espíritu Santo no nos exime de aprender, nos recuerda nuestro papel en la Creación, nos incita a recogijarnos en su gozo etéreo, íntegramente junto a él, ofreciendo su amor incondicional. En la ausencia de confusión, en su resultado, nuestros pensamientos ocupan su sano espacio, regresamos A LA PERFECTA PAZ.
¡Te amo! SOMOS PAZ. SOMOS PERFECTA PAZ. SOMOS HIJOS DE LA PAZ. SOMOS UNA TOTALIDAD.
Hermosa plenitud de paz, amor y adecuados pensamientos.
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