viernes, octubre 14

SUEÑOS DE VIDA

Martín estaba pensando en un sueño. Siempre le habían repetido que era un soñador. Su mente volaba por las alturas y no veía las cosas comunes de la vida. Realmente vivía en su sueño y trataba de llevarlo a cabo a pesar de los inconvenientes de la vida, de las dificultades de las voces sensatas que se oponían a sus deseos. 

Muchos le repetían que soñar era aislarse de la vida. Era crearse un mundo ficticio que le haría difícil desenvolverse en las tareas diarias. Lo mejor era labrarse un porvenir sensato, una situación cómoda, una seguridad relativa y una normalidad en el proceso de su vida. 

Martín se revelaba ante todo ese planteamiento. Sentía una energía en su interior que no podía pararla. No se sentía bien, ni contento, ni satisfecho sin perseguir sus continuos sueños. Muchos que lo conocían le tachaban sus sueños de utopías. Era la mejor manera de atacarlo cambiándole al sueño el significado. En lugar de ser una fuerza hacia el objetivo, era una dirección dirigida a la nada. 

Martín sabía que la mente era lingüística. Y que las palabras tenían su peso en la energía positiva o negativa que despertaban. No era lo mismo decir: “mentira” que “no es cierto”. La primera palabra llevaba un dardo envenenado de ataque. La segunda una afirmación neutra de discrepancia. Ante la primera se movilizaban todas las emociones. Ante la segunda, todas las probabilidades de certeza que podrían buscarse sin ningún problema. 

Tachar a un “sueño” como una “utopía” era, según la mente lingüística, una dirección totalmente opuesta. El sueño te abría todas las cámaras de la ilusión. La utopía te abría todas las ventanas de la desilusión. Martín veía con ello que no se podía dejar de soñar. 

Soñaba con el cambio. La sabiduría popular le repetía: “genio y figura hasta la sepultura”. Pero, él se fijaba en aquellos pequeños cambios, casi imperceptibles, que se podían lograr cada día. Un día escuchó una multiplicación que le dejó perplejo y totalmente lleno de ilusión. Un pensador expresó que un cambio del 0,1% cada día era una cosa mínima. Un pequeño porcentaje que posiblemente no se notaría nada. Sin embargo, si se permanecía fiel a ese proceso, en tres años, se habría cambiado el 100%. 

Martín vivió ese experimento de forma natural. Cierto día, fue a su estantería. Cogió un libro que había leído hacía cuatro años. Ciertos recuerdos vinieron a su mente sobre su lectura. Una fuerza interior le empujó a volverlo a leer. A los pocos días, estaba absorto en el libro. Sorprendido con el libro. No sabía qué había pasado. Le daba toda la impresión de que eso libro no lo había leído nunca. Era la primera vez. 

Martín tuvo que concluir que su visión y su pensamiento había cambiado lo oportuno para considerar aquel libro desde un ángulo nuevo. Y desde esa visión nueva que había entrado en su vida, el libro le decía cosas nuevas que no recordaba haberlas leído con anterioridad. Un teórico semiótico le indicaba que el lector había cambiado. No era el mismo lector quien estaba en esos momentos interpretando. 

Martín aseguraba y se afirmaba en la realidad y la potencia del sueño. Sueños de vida que le daban nuevas visiones. Se quedó también sorprendido al leer que muchos que no soñaban “sufrían la vida” y que los soñadores “vivían la vida”. La mente lingüística entraba otra vez a interpretar la diferencia. “Sufrir la vida” era recibir las consecuencias de lo que se presentara en la vida diaria con una actitud de sumisión, de aceptación y de imposibilidad de cambiarla. “Vivir la vida” era aceptarla, cambiarla, inventarla, compartirla, llenarla de ilusión, y buscar nuevos caminos. 

Martín se seguía reafirmando que los sueños eran caminos para vivir la vida y vivirla en abundancia.

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