martes, octubre 4

PAZ - ENTENDIMIENTO

Alberto estaba centrado en la idea de la “perfecta paz” para decidir la bondad de sus decisiones, de sus pensamientos y, sobre todo, de sus reacciones. Tenía claro que sus reacciones estaban determinadas por sus pensamientos. Cierto autor le dio una luz en la comprensión de sus comportamientos automáticos.

Le indicó que eran experiencias que había aprendido de pequeño y que, sin su consciencia, se habían grabado como un programa biológico interno. Una vez iniciado el programa se desarrollaba sin su permiso inicial. Alberto había lamentado, en muchos momentos de su vida, ese programa grabado dentro de él. Le producía unas reacciones vehementes, fuera de tono, una fuerza intensa salía por sus ademanes y por su voz. 

Se enfrentaba así a la situación que le desequilibraba. Momentos después reconocía que no debía haberse exaltado. Pero, la otra persona había recibido ya la impronta. En su corazón siempre quedaba un poso de inquietud. Él era agradable, amable, sencillo, comprensivo. Siempre trataba de buscar el equilibrio. Su trato era exquisito y muy respetuoso. Pero, esas reacciones no podía evitarlas. No se hacían presentes con frecuencia. 

A veces pasaban dos meses o tres. En otros, un año. Pero, siempre daban signos de presencia cuando se disparaba el inicio del programa. Leía y releía aquellas líneas: “No creas que sabes nada hasta que pases la prueba de la paz perfecta, pues la paz y el entendimiento van de la mano y nunca se les puede encontrar aparte”. 

“Cada uno de ellos trae consigo al otro, pues así han sido establecidos por el Creador”. 

“Cada uno es causa y efecto del otro, de forma tal que donde uno de ellos está ausente, el otro no puede estar”. 

Alberto se encontró en un momento con esa reacción extemporánea. El programa se desarrolló. Pero, una vez expresado, su mente se puso a pensar. Y ahí Alberto se dio cuenta de lo que pasó. Recordó de inmediato la perfecta paz. Y de que esta dependía del pensamiento. Reconoció que, sin darse cuenta, había aceptado esa reacción en momentos anteriores. Ahora veía que no podía continuar con ese pensamiento. Ni con ninguna justificación de lo que lo había provocado. 

Admitió que el pensamiento era inadecuado por la pérdida de su paz. Paró su forma automática de pensar. Admitió lo inoportuno de la reacción. Se quedó sorprendido. Una paz preciosa le ganó el corazón. Sintió que todo volvía a su sitio y con mucha naturalidad. Comprobó, en su persona, la aplicación de la paz perfecta. Si el pensamiento era equivocado, no daba la paz perfecta. Cambió el pensamiento por otro adecuado, y la paz se restauró. 

Fue un gozo comprobar el cambio de pensamiento y su incidencia inmediata en la paz. Se repetía para sí mismo: “La paz y el entendimiento van de la mano y nunca se les puede encontrar aparte. Cada uno es causa y efecto del otro, de forma tal que donde uno de ellos está ausente, el otro no puede estar”. 

Alberto se quedaba maravillado de tal descubrimiento. Durante años había luchado consigo mismo. Ahora veía que esa unión de paz y entendimiento funcionaba a las mil maravillas. Y que, posiblemente, fuera eliminando ese programa inconsciente grabado en su niñez. 

Una liberación maravillosa de la propuesta del Creador. Alberto se decía a sí mismo, lleno de alegría, que realmente era una gran verdad que funcionaba en su vida.

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