Mario estaba realmente sorprendido. Aquella experiencia que estaba viviendo era nueva para él. El director de su institución era una persona especial, gratificante, cuidadosa y con mucho amor en su corazón. Le asombraba que cuando se cruzaba con él siempre tenía una palabra de apoyo, de luz, de comprensión y de interés personal.
Mario comprobaba, en cada ocasión, que sus palabras y sus motivos estaban dirigidos a todas las incidencias que se producían en su diario devenir. Era mucho más que unas palabras agradables y simpáticas. Reflejaban un interés sincero y un conocimiento de su vida personal.
Era realmente como un padre que tuviera en su mente las incidencias de su vida personal y la de su familia: la vida de su esposa, de su hija pequeña, de sus incidencias con los alumnos y de los proyectos que estaba diseñando. Era encontrarse con él y sentir que su corazón se abría. Siempre una palabra de reconocimiento por algún logro, una palabra de felicitación por una incidencia, una palabra de apoyo por algún revés.
Era la primera vez que sentía la preocupación de un padre en una persona que no era su padre biológico. Su alma lo agradecía. También agradecía que no era algo dedicado personalmente a él. El director atendía a todas las personas por igual. Eso lo gratificaba doblemente. Esa universalidad le llegaba al alma.
Esa actitud no solamente le ayudaba en su día a día. Mario reconocía que aquella fuerza afectiva le daba alas para aventurarse en muchos proyectos. Eso le hacía sacar los mejores dones de su interior. Y de algunos de ellos se sorprendió. Creía que no lo tenía. Pero esa seguridad que le brindaba su director le animaba y le daba alas.
Un día le preguntó, en una conversación que tenía, la razón de su amabilidad y de sus palabras siempre animadoras y positivas. Su contestación le impactó y todavía las guardaba en su corazón. “Sabes, Mario”, le decía, “Siempre que utilizo las palabras positivas, amables y auténticas activo mi mente “celestial”. Me da alegría, me proporciona paz y me siento feliz al compartir”.
“Pero, si utilizo palabras rudas, de menosprecio y de falta de sensibilidad, me hiero yo y hiero a los demás. Entonces activo la mente del ego que indica separación, distancia, lejanía. Tú en tu vida, yo en la mía. Y eso nos hace daño a los dos. Nos debilita como seres humanos”. Mario guardaba esas palabras en su mente, en sus sentimientos, en sus buenos recuerdos y en esa sensación de sentirse querido con tal plenitud.
La vida era una elección. Podíamos activar la mente del ego que destrozaba y nos destrozaba. Podíamos activar la mente “celestial” que nos construía y construía en la comprensión. Esa lección que le compartió su director todavía resonaba en la mente de Mario con un profundo sentimiento de amor y de aceptación de esa visión de su director.
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