Ricardo se había pasado, muchos momentos, a lo largo de su vida, pensando si era una persona lógica o era una persona sentimental. Se preguntaba si predominaba en él la razón o el sentimiento. La creencia general era que la lógica, la mente, la racionalidad era superior al sentimiento. Por ello, se preguntaba qué polaridad predominaba en él.
Se reconocía como una persona analítica, detallista, objetiva y muy profunda en sus observaciones. También aplicaba dicho proceso a la hora de encontrar las soluciones. Pero, en su interior veía que las ilusiones, el compromiso, la pasión también jugaba su papel.
Ahora, con todos los avances de la neuroplasticidad, se podía afirmar que la inteligencia no era algo fijo, estático. Un elemento que estaba ahí y nada más. La inteligencia era como una ventana. Se podía abrir o cerrar. Y la posibilidad de abrir la ventana de la inteligencia radicaba en el sentimiento, en la pasión, en el compromiso.
Las personas con pasión, con compromiso, eran capaces de abrir esa ventana. La inteligencia se veía así estimulada para ofrecer todas sus posibilidades. Sin compromiso, la inteligencia se adormecía y no funcionaba con todo su rendimiento. La falta de ilusión y de sueños dejaba a la inteligencia en sus niveles mínimos.
Ricardo veía los dos elementos “mente / sentimiento”, una vez enfrentados en la cultura dominante, unidos, juntos, relacionados. No se trataba de elegir entre uno u otro. La inteligencia se abría, tal como lo hacía una ventana, con la pasión, el sentimiento, el compromiso y la ilusión. Y concluía: una buena inteligencia se abría con el impulso del sentimiento, de la pasión, del compromiso.
En ese camino de la pasión y de la ilusión, los sueños alcanzaban su enorme poder en la senda de “ser mejor uno mismo como persona”, “ser mejor para ayudar y compartir con los demás la superación”. Esos tipos de sueños y de pasiones entroncaban con el SER de la persona. En ese SER radicaba la fuerza de la pasión con toda plenitud.
Los sueños y las pasiones que se dirigían al logro de una mayor popularidad, al prestigio frente a los demás, al dinero, a jactarse de su superioridad frente a los otros, carecían de ese enorme poder. Esos sueños se focalizaban en la mente del ego. Esa mente no tenía poder. Esa mente era especialista en engañarnos a nosotros mismos.
Ricardo fluía con gratitud por esos hermosos conocimientos. Se repetía a sí mismo: “No permitamos que nadie dude de nuestro potencial, de nuestra capacidad de generar sueños maravillosos. La confianza radica en nosotros mismos. Nadie puede decidir por nosotros. Nadie nos puede menospreciar porque nosotros no lo aceptamos ni lo permitimos”.
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