Pablo se sentía un tanto sorprendido por las definiciones que un amigo suyo se hacía de sí mismo en cada ocasión que hablaban. Prácticamente, todas las definiciones que se hacía de sí mismo eran negativas. Parecía que hasta sonaban bien y quedaban muy al día con esos adjetivos con los que se agraciaba.
Pablo se sorprendió de esa actitud que tenía. Se lo comentó a su amigo. Le indicó la repetición tan poco agraciada que se hacía de sí mismo. Su amigo le dijo que era un cliché de su vida. Desde pequeño se había definido así. Se lo había dicho muchas veces. “Realmente era así”, concluía su amigo. Pablo se quedó pensativo con esta actitud tan admitida por su amigo.
No era nada fácil conocerse a uno mismo. Pero, la influencia de las palabras en nuestra vida era un hecho. Si nos repetíamos que éramos un fracaso, al final nuestra mente terminaba creyéndoselo. En ese principio se basaba el lenguaje publicitario. Si se quería vender un producto se debía establecer una serie de repeticiones a lo largo del tiempo para que la mente del oyente o espectador lo fuera escuchando.
Somos influenciables. Y mucho más cuando las palabras que se repetían las decíamos nosotros. El amigo de Pablo se decía que hablaba mucho, que, en ocasiones, hablaba más de la cuenta y que se metía en problemas que no debía meterse. Era sorprendente que se repitiera siempre las mismas palabras, que se repitiera el mismo cliché. Era inconsciente de que ese cliché lo había inventado él mismo.
Era posible que esa actitud de hablar demasiado lo hiciera en algún momento. Si hubiera pensado, reflexionado, y descubierto su desliz, habría creado otro tipo de cliché: “sé que debo poner fin a mis largas intervenciones; sé que, en algún momento, se debe terminar; sé que hay temas en los que no debo intervenir”. Esa nueva posición le habría orientado en otros caminos. Pero el amigo de Pablo continuaba repitiéndose lo mismo que años atrás.
Él mismo estaba creando su propia realidad. Y cuando se decía que era un loquito, un confundido, poco agraciado físicamente, muy desordenado y lo aceptaba con toda normalidad porque, según él, era verdad, no era raro verlo, de vez en cuando, desanimado y con ciertos miedos interiores.
La publicidad estudiaba muy bien las leyes de la mente para influenciarla y sacar provecho de ella. Los seres humanos que no pensábamos en la influencia de la repetición de palabras creyendo que somos independientes, podemos estar continuamente influenciándonos negativamente con nuestros clichés de hacía mucho tiempo. Pablo pensaba que una sensatez en este campo era necesaria en la vida.
Debido a las leyes de la influencia, Pablo decidía que no saldría ninguna palabra negativa de su boca. No se definiría con ellas a él mismo. No definiría ni la aplicaría a nadie. Reconocerse en las palabras positivas estaba más cerca de la verdad. Palabras de ánimo, de comprensión, de entusiasmo, de alegría, de afectos auténticos y de hermosa empatía. Con ellas construiría ese cielo que tantas almas ansiaban.
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