lunes, octubre 24

EL AMOR ROMPE EL BUCLE DEL MIEDO

Juan estaba jugando con dos palabras en su mente como un juego de dados. Hacía tiradas mentales. Los dados tenían solamente dos posibilidades: “condenación” y “salvación”. Empezó a jugar. Pensaba cosas y tiraba los dados. Pensaba en el resultado relacionado con la idea de su jugada. De pronto, una chispa de luz saltó en su mente. La condenación ni la salvación realmente existían.

“La condenación no podría existir”, se repetía a sí mismo. Si realmente se tenía miedo de caer en la condenación, el mismo miedo no nos podía quitar de la condenación. La misma condenación implicaba tener miedo. El miedo no era un antídoto suficiente, una motivación útil para alcanzar la denominada “salvación”. El miedo estaba presente. 

La razón para alcanzar la salvación era jugar con el mismo miedo. Se debería aceptar la salvación para evitar el miedo de la condenación. Otra vez el miedo estaba presente. Juan veía que era un bucle sin salida. Miedo, tras miedo, más miedo y otra vez miedo. Los dados en su cabeza no tenían dos caras: “salvación” y “condenación”. Tenían una sola palabra: “miedo” y “miedo”. 

Juan se quedó estupefacto, afectado. Se preguntaba que eso era el juego al que había estado jugando muchos años de su vida. Aparentemente había dos palabras, pero era solamente una palabra la que había en su vida: “miedo”. Miedo en el camino de la condenación por sentir que hacía cosas mal hechas. Miedo en el camino de la salvación por dejar de hacer cosas mal hechas y no condenarse. 

Miedo en el camino de la superación porque si una vez fallabas, no importaba lo bien que lo hubieras estado haciendo durante todo un tiempo. Todo fallo implicaba condenación. Ya se sabía. No se podía fallar. Y otra vez la palabra condenación y fallo se unían para condenar y sentirse condenado. Otra vez el miedo florecía en su vida. 

Juan se sorprendió sobremanera al identificar por el miedo esas dos palabras. “Condenación” y “salvación” eran los polos del miedo. En un polo te condenabas y en el otro polo te volvías a condenar porque la perfección absoluta no existía. El miedo había tomado el cetro de la vida y del sentimiento profundo del corazón. 

Ninguna de las dos palabras traía paz al corazón. Ninguno de los dos polos atraía la mirada comprensiva de la vida. Juan se preguntaba que debía existir otro camino para la superación del miedo. Siguió jugando a los dados con las dos palabras. Se quedó otra vez alucinado con la siguiente propuesta: si no había condenación, la salvación no tenía necesidad de existir. Si no había salvación, la condenación no tenía lugar.

Sin condenación ni salvación, nos podríamos centrar en el amor. El amor sí que tenía la propiedad de quitarnos el miedo. El amor tenía esa cualidad de unirnos mano a mano, sentimiento a sentimiento, colaboración a colaboración, mirada con mirada. 

El amor nos daba esa libertad interna de aceptarnos a nosotros mismos. Nos permitía admirarnos como criaturas bellas y completas. Nos evitaba desmerecernos. Nos impedía desvalorizarnos. Nos relevaba de sentirnos importantes. El amor nos revelaba lo completo de nuestro ser y de nuestra mirada. 

El amor podía florecer en un mundo claro y diáfano, sin comparaciones, sin limitaciones, sin condenaciones, sin preeminencias de ningún tipo. El amor nos abrazaba y nos comunicaba, al estrecharse nuestros cuerpos, la profundidad del ser y la altura de nuestras palabras de apoyo y de nuestros afectos universales. 

Juan concluía que en sus dados iba a quitar esas dos palabras con las que había jugado en su vida. Ya no habría polarización en sus pensamientos. Borraba esas dos palabras susodichas: “condenación” y “salvación”. Y escribía en cada una de las seis caras del dado una sola opción: “amor”. 

De allí en adelante ya no tendría una polaridad de opciones. Solamente, un solo camino, un solo pensamiento, una única salida a todas las incidencias de su vida. Un único camino que rompía el bucle del miedo. Y ese camino se llamaba “amor”, “amor universal”, “amor que nos completaba”, “amor que nos sacaba nuestra auténtica verdad”, “amor que no veía a nadie diferente en las pupilas de su mirada”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario