sábado, octubre 22

EL AUTENTICO AMOR TRANSFORMA

Marcos estaba dándole vueltas a aquella frase que acababa de leer. “Amar es buscar siempre el bien del otro”. Una afirmación sencilla, pero profunda y amplia en su planteamiento. En su mente estaba de acuerdo. Buscar el bien del otro era esencial. Sin embargo, notaba que algo en el interior le presionaba en otro sentido. Estaba claro que si el bien del otro pasaba por el bien nuestro no había ningún problema en cumplir con la afirmación. 

Marcos, en aquellos momentos, tranquilo y sereno, veía que su corazón y sus sentimientos estaban fuertemente implicados en la reflexión. Sus necesidades de amor se mezclaban con sus deseos de amor. Sus necesidades de reconocimiento se ponían en el mismo nivel de reconocer a los demás. Se estaba dando cuenta un tanto de que su amor hacia los otros era un intercambio: “yo te amo, tú me amas”. 

Mientras el intercambio funcionara todo era armonía, todo era un cielo, todo era una función fabulosa de vida conjunta, de logros alcanzados. El día que uno dejara de aportar al intercambio, el amor sufriría enormemente. Marcos se hacía consciente de que el amor era algo así como un intercambio: “Tú me das, yo te doy”. 

El amor se alimentaba de la comida del otr@. El amor no tenía comida propia en nosotros mismos. El amor tenía su asiento en el corazón del otr@. Pensar en el otro era la alegría y la libertad maravillosa. Así todo el cielo parecía maravilloso. Si el otro no funcionaba en la misma dirección, el amor caía y se esfumaba. 

Un rayo de luz entraba en su mente, en su reflexión, en su planteamiento. Si se entendía como una reciprocidad, el amor no tenía vida en sí mismo. Sólo existía en el intercambio. Y esa visión del amor reducía sus posibilidades de una forma infinita: “yo te amo, tú me amas” = Felicidad. “Yo te amo, Tú no me amas” = Infelicidad. 

Esa tarde Marcos veía que el amor era mucho más, muchísimo más que ese intercambio que, en muchas ocasiones, no acababa de solidificarse. Buscar el bien del otro era una afirmación que abarcaba el infinito. La expresión debería sonar algo así: “Te amo tanto que busco realmente tu bien. Y si tu bien no está a mi lado, te amo tanto que te apoyo”. Esa es la dimensión que se estaba abriendo en la mente de Marcos. Esa era la proyección que salía de sus ideas, de sus ojos y de sus sentimientos internos. 

Ese amor amplio evitaba el rencor, el orgullo herido, el corazón partido, la rabia interna que todo lo volvía patas arriba. Evitaba la frustración. Abría la ventana con el oxígeno de la vida. Las heridas se esfumaban como niebla en la mañana por la salida del sol. No dejaba recuerdos de fracaso. Solamente una profunda comprensión de amor ocupaba la belleza del corazón. 

Así el amor se convertía en libertad, en alegría, en naturalidad, en respeto, en admiración. Era difícil, por no decir imposible, que una persona que tratara así desapareciera del corazón de la otra persona. La vida los había unido. Ellos habían tratado de construir una relación. Y, buscando cada uno el bien del otro, con cariño, con paz, con amor y con visión, dejaban que ese mutuo apoyo que nada exigía, anhelara lo mejor de la vida para quien supo hacer nacer maravillas en nuestro corazón. 

Marcos cerraba sus ojos y veía que ese amor era el amor supremo que habitaba en nuestro corazón. Sin embargo, con las ideas de control de exigencia y de presión, se entendía que, si no correspondía al amor compartido, no era digno de nuestro amor. Marcos se preguntaba si lo que ofrecíamos en dichas ocasiones, se podía llamar “amor”. Así terminaba con aquella frase que le suscitó la reflexión: “El amor siempre busca el bien del otro en cualquier situación”.

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