Miguel estaba pensando en la respuesta de aquella alumna. Era muy clara y tajante. Se dilucidaba un asunto. La alumna no tenía razón en sus planteamientos. Miguel, como profesor, no podía apoyar el error. La alumna le ponía en claro que si era su amigo la apoyaría en esa cuestión. Miguel le contestó que realmente era su amigo, pero no podía apoyar el error.
La amistad, en esas ocasiones, taparía la verdad y daría lugar a muchas falsas interpretaciones. La verdad no podía comprometerse con otras instancias de las relaciones humanas. Ante su posición, la alumna le dijo que desde entonces ya no sería su amiga. Miguel entrevió los brazos largos interesados de la amistad. Era como un intercambio comercial. Si no me apoyas, si no me sirves para defender mis intereses, no me interesas.
Era una defensa cerrada de egoísmos particulares que no llevaban al sentido de justicia y equidad tan necesarios en los grupos humanos. Recordaba con alegría otra amistad que había entablado con uno de sus alumnos. Ese muchacho era mucho más sensato. Le impartía dos asignaturas. En una de ellas era brillante. En la otra no trabajaba. Al final suspendía.
En su casa le preguntaban por qué teniendo esa amistad con el profesor, le suspendía en esa materia. El muchacho les respondía a sus padres con toda claridad. “Por eso es mi amigo, no tenemos una relación para servirme de ella y lograr intereses personales. Me suspende porque me lo merezco. Por eso es mi amigo”.
Miguel repasaba esas experiencias en su mente. Le entristecía que la amistad se tachara de intereses egoístas. Por ello, repasaba con cuidado el planteamiento de aquel texto: “Aquél que te ha liberado del pasado quiere enseñarte que estás libre de él”.
“Lo único que Él desea es que aceptes Sus logros como tuyos porque los logró para ti”.
“Y por tal razón son tuyos”.
“Él te ha liberado de lo que fabricaste”.
Miguel se debatía en su interior. Los regalos que recibía eran sinceros o se esperaba algo de él. ¿Tendría que pagar algún precio? Reflexiones que le nublaban la vista, la visión y las relaciones humanas.
De todos modos, tenía que elegir. Tenía que tener una posición en su vida. Se daba cuenta de que, en ocasiones, fabricaba muchas maquinaciones en su mente que después, en la realidad, no se correspondía con la verdad. Era sensato prescindir de esas torturas mentales y, como indicaba el texto, del pasado. Una nueva forma de mirada debía aparecer.
Le daba cierta confianza las afirmaciones que seguían: “Puedes negarle, pero no puedes invocarle en vano”. Era una sensación de libertad inimaginable. Por negarle, no te devolvía aquello que le devolvió su amiga. Era de otra pasta. Era de otro nivel. La amistad permanecía por encima de las decisiones, incluso en contra de Él. Se repetía la frase. “Puedes negarle, pero no puedes invocarle en vano”. Era algo extraordinario.
Esa actitud le convencía. No estaba a nuestro lado por intereses personales ni inconfesables. “Él quiere que Su resplandeciente enseñanza se arraigue con tal firmeza en tu mente, que ninguna lección tenebrosa de culpabilidad pueda morar en lo que Él ha santificado con Su Presencia”. Miguel entendía que era un regalo total. Un regalo tal cual debían ser todos los regalos.
Libertad total. Deseo total en nosotros. Firme propósito en Él. Pero, nunca un intento de forzarnos. Sabía que todo elemento forzado no arraigaba en la mente porque lo rechazaba. Esperaba hasta que nosotros decidíamos, hasta que nosotros comprendíamos. El Padre de la inteligencia y el respeto nos trataba con esas cualidades que estaban en Él y en nosotros, por haberlas puesto Él en nuestra creación.
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