domingo, octubre 23

ENCONTRAR LA SALIDA

Antonio se había despertado pronto en el día. Su cerebro había activado el mecanismo del fin del descanso. Abrió los ojos. Estaba medio dormido. Entre las penumbras de su consciencia no entendía por qué estaba despierto tan pronto. Pero, al ver sus últimos pensamientos del día, otra vez esa idea que le quitaba la paz rondaba en su mente y le daba vueltas en su cabeza. Era un continuo repetir lo mismo, lo mismo, lo mismo. Fácilmente se le aplicaba esa ley tan maldita: 

“Repite las cosas mil veces, pero no encuentres ninguna respuesta, ninguna solución, ninguna salida”. Antonio se daba cuenta de que era presa de un proceso equivocado. Tenía una mente analítica. En muchas ocasiones, ante una situación, había dado vueltas a las ideas y había encontrado soluciones, nuevas propuestas y detalles que se le habían pasado por alto.

Pero, ahora, ante los hechos consumados, ya no podía cambiar el curso de las cosas. Y su mente, como elemento que se pusiera en marcha, volvía a analizar una y otra vez el asunto, pero ya no podía encontrar ninguna salida. Reconocía fallos, errores, ideas suyas ingenuas. A pesar de todo no podía cambiar el rumbo de la situación. Tenía que aceptarla. 

Entonces empezaba el otro mecanismo de exigencia personal. Se culpaba, se exigía, se atacaba, se hacía sentir así mismo incómodo, molesto. Se desarrollaba la voz de un juez severo que le hería en sus más mínimos detalles. 

Ese juez interno se había impuesto. Estaba a sus anchas. Le había despertado. Le impedía que descansara. Le hurgaba en la herida. Era un acto repetitivo que se metía en un bucle sin ninguna salida. Así Antonio se encontraba un tanto angustiado, un tanto desorientado, un tanto sin paz, un tanto sin tranquilidad. 

En ese momento una idea salió de la cabeza. Una idea que le sorprendió. Le dijo con voz comprensiva: “compréndete”. Esa palabra produjo un corte en el circuito repetitivo. Esa palabra le relajó en sus más mínimas partes de su cuerpo. La serenidad empezó a funcionar. La paz empezó a invadir todos sus músculos y sus pensamientos. La idea se hacía grande: “compréndete y sal de la situación en la que estás sumido y encuentra la salida”. 

La palabra comprensión le llegaba mucho en su vida. Se comprendía y dejaba de repetir ese bucle con esa máxima que era una sinrazón: “Dale vueltas, pero no encuentres ninguna respuesta”. Antonio aceptó la situación. Aceptó sus errores. Aprendió de ellos. Terminó ese ejercicio masoquista de autoinflingirse daño por detalles sin más relevancia. 

Se dio cuenta que se había metido en un atolladero, pero también fue consciente de que podía salir de él. Empezó a comprenderse, a aceptarse, a tratarse con aprecio, a valorarse, a aprender de sus errores, a no dejarse entrampar por las propuestas de la mente, a saber parar ese continuo repetir, a encontrar la salida, y, con ella, la paz. 

Era su descubrimiento del día. Era la tranquilidad adquirida por una palabra muy significativa: “comprenderse”. Había escuchado a otros autores utilizar la palabra “perdonarse”. Sin embargo, la palabra “comprenderse” y conocer su funcionamiento le llegaba más hondo. Comprendía que se hacía daño a sí mismo y dejó de hacérselo porque vio con claridad y comprendió el proceso. 

Era un escalón más en ese caminar de la vida. En ese aprendizaje, cada día era más consciente de esos tics repetitivos de la mente. Había que pararla en muchos momentos. Había que orientarla y darle descanso. Antonio, con esa palabra “comprenderse”, había alcanzado la luz y la paz. No podía dejar de apreciar los hermosos logros que la vida le brindaba.

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