martes, octubre 11

PETICIONES DE AMOR

Héctor recordaba, con mucho cariño, la afirmación de uno de sus maestros preferidos. Le había dado una seguridad desconocida hasta entonces. Leer a ese maestro era como aprender las matemáticas del pensamiento y del comportamiento humano. Y eso le motivaba mucho. Recordaba esas palabras que decían desde la profundidad de la verdad de la vida: “en cuanto comprendes un asunto, ya está superado”.

El quid de la cuestión estaba en comprender. No valían las buenas propuestas de superarlo. Héctor ya lo había probado. Mil veces decía que debía cambiar ciertas cosas, mil veces caía en ellas. Ahora reconocía que sólo, en su caso, estaba la propuesta. Le faltaba la comprensión. ¿Qué era lo que pasaba para desencadenar sus equivocaciones?

Estaba sintiendo que sus paulatinas comprensiones de pequeños detalles de su vida diaria le estaban dando buenos resultados. Su visión era distinta. Sus análisis completamente diferentes. Sus juicios se cambiaban en comprensiones. Había entendido que las relaciones entre los seres humanos siempre estaban basadas en el amor, en la falta de amor, en la expectativa de amor, en la necesidad de amor. 

Siempre la comunicación se establecía entre dos fuentes de amor. La ausencia de amor producía miedo. La fuente de amor no podía vivir fuera del amor. El amor era necesario. Era la materia prima. Era el canal de encuentro entre las dos fuentes. Aceptando esto como cierto, todo ataque era una falta de amor, una petición de amor. Quien atacaba era una fuente de amor. Cada ser humano era una fuente de amor. 

Había pocas fuentes de amor que le dijeran a la persona amada que la echaban de menos, que necesitaban unas palabras comprensivas, un apoyo sutil que la hiciera sentir amada. Mas bien se entendía que había fuentes de amor y fuentes de otra cosa que no era amor. Ese era el presupuesto del ego. El presupuesto de la idea de separación. La idea de que los otros son culpables de no sé qué. Pero no era la realidad. Todas las personas eran fuentes de amor, eran fuentes de unión. Su necesidad intrínseca así lo desvelaba. 

Una fuente de amor no podía ponerse en comunicación nada más que con el amor. Una fuente de amor daba amor. Se entendía en el amor. Se congraciaba con el amor. Se completaba con el amor. Vibraba con el amor. Así que cuando Héctor aprendió que las personas compartían con él amor, lo que realmente era su fuente, se sintió maravillosamente acogido por todo el universo. También él se sentía pleno compartiendo amor. 

Lo que le costó entender un poco más era la definición de peticiones de amor. Héctor entendía como peticiones de amor una actitud serena, profunda, confiada y plenamente generosa. Una petición totalmente basada en el respeto y en la amabilidad. Pero su idea no estaba en lo cierto. Una fuente de amor que se sentía frustrada, molesta, vacía, pedía amor a gritos, en todas direcciones y con las palabras vacías que llenaban su alma. 

Héctor tuvo que aprender algo nuevo. Nadie se lo había dicho en la vida. Un enfado, una exigencia, una interpelación grosera, un ataque verbal, un desaire, un menosprecio, se convertían en peticiones de amor. Al principio se quedó totalmente sorprendido. Siempre había interpretado esas actitudes como contrarias al amor. Reconocía que esas personas que actuaban así sufrían de angustia interna. Algo no andaba bien en el corazón, en la mente y en los sentimientos. 

Héctor notaba que esas reacciones le hacían despertar ciertos malestares automáticos. Su pensamiento de rechazo se activaba. Pensamientos contrarios y sentimientos de repulsa hacían acto de presencia. Ahora, al conocer la verdad de esas actitudes: peticiones de amor, se repetía en su mente que procedía de una fuente de amor. La fuente de amor no había desaparecido. La fuente de amor estaba allí vibrando. 

Dejó, un momento, la lectura. Fijó sus ojos al cielo. El azul sin nubes le envolvía. Trinos llegaron a sus oídos. Una verdad nueva se filtraba en sus pliegues porosos del entendimiento. Una fuente de amor sólo podía relacionarse con el amor. Bien lo daba, lo compartía, bien lo pedía a gritos de mil maneras. Las formas más inadecuadas adquirían más fuerza. Pero todo andaba fundamentado en el amor. Todo se trataba de amor.

Y esa verdad nueva se abría camino en la jungla de sus pensamientos. Era verdad, era verdad, era verdad. La fuente de amor sólo lidia con el amor. Héctor se apoyaba en la lectura de aquellas líneas del libro: “Si sientes la tentación de desanimarte pensando cuánto tiempo va a tomar poder cambiar de parecer tan radicalmente, pregúntate ti mismo: “es mucho un instante””. 

“¿No le ofrecerías al Espíritu Santo intervalo de tiempo tan corto para tu propia liberación?”

“Él no te pide nada más, pues no tiene necesidad de nada más”. 

“Requiere mucho más tiempo enseñarte a que estés dispuesto a darle a Él esto, que lo que tarda en valerse de ese ínfimo instante para ofrecerte la visión del Cielo en su totalidad”. 

Héctor empezaba a comprender. Y como decía su maestro: “Si lo comprendes, lo tienes superado”. Por ello, un nuevo surco surgía en su mente, en su visión, en su esperanza, en su vida y en los latidos de su cuerpo. Una nueva luz lo envolvía llena de ilusión y comprensión. 

Héctor vibraba y veía a todas las fuentes de amor compartiendo amor y pidiendo, de todas las maneras, amor. Ahora un nuevo paso aparecía en su vida. Veía amor donde antes veía cualquier otra cosa menos amor.

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