Benjamín tenía miedo de ciertas personas. Se sentía incómodo ante ellas y las evitaba todo lo que podía en su vida. Buscaba la causa de esa incidencia pero no podía llegar a una clara conclusión. Solamente lo sentía y su cuerpo reaccionaba como un acto reflejo.
Si tenía que hablar con ellas, perdía su naturalidad. Una conversación escueta, con monosílabos cortantes, definía la relación. No encontraba el camino para un intercambio natural. Un tema de conversación común para sentirse cómodo con ellas. Le gustaba hablar. Pensaba muchas cosas. Pero se quedaba paralizado ante ellas.
Reconocía que no tomaba ninguna iniciativa. Sólo la presencia le cortaba su manera de ser cordial y afable. No se lo podía creer. Algo había en el ambiente, en el detalle, en las personas que no le motivaban a compartir su natural esencia interior.
Reflexionaba y pensaba en las cualidades de esas personas. En las experiencias vividas con ellas. En los varios incidentes vividos. Era verlas y acelerar el paso para pasar pronto el incordio de saludarlas. Esto se contraponía mucho con su amabilidad y su deseo de comunicarse.
Benjamín era cordial, amable, agradable, hablador, comunicador y muy ayudador. Sus características sobresalían. En algunos temas brillaba, en otros destacaba. Pero, respecto a esas personas, todo se anulaba. Todo desaparecía.
Benjamín se preguntaba si la causa estaba en él o en las otras personas. Para él, estaba en las otras personas. Se sentía paralizado con ellas. Se adentraba con estos pensamientos en las líneas que tenía delante de los ojos: “El milagro no es causa sino efecto”.
“Es el resultado natural de haber elegido acertadamente, y da testimonio de tu felicidad, la cual procede de haber elegido estar libre de toda culpa”.
“Todo aquel a quien ofreces curación te la devuelve”.
“Todo aquel a quien le ofreces ataque lo conserva y lo atesora guardándote rencor por ello”.
“El que te guarde rencor o no es irrelevante: tú creerás que lo hace”.
“Es imposible ofrecerle a otro lo que no deseas sin recibir esta sanción”.
“El costo de dar es recibir”.
“Recibirás o bien una sanción que te harás sufrir, o bien la feliz adquisición de un preciado tesoro”.
“Nadie le impone sanción alguna al ser humano, salvo la que él se impone a sí mismo”.
Benjamín se miraba en su interior. Descartó de inmediato que la causa de sentirse incómodo con esas personas fuera de ellas. Era suya. Estaba en su interior. Él proyectaba disgusto sobre ellas y recibía el disgusto que proyectaba. Fue una luz en su camino. Se dio cuenta de que no las aceptaba tal cual. Era él el inicio del rechazo.
Gracias a la comprensión dejó de sentir incomodidad a esas personas. La luz volvía a salir de su interior con fuerza y con amabilidad. Ahora no distinguía a nadie. Todos eran fabulosos para entablar con ellos una feliz relación dentro del respeto debido y oportuno.