Benjamín estaba, de alguna manera, sobrecogido. Veía el poder que tenían ciertas creencias populares sobre la vida de las personas. ¿Cómo deshacerse de ellas? Desde pequeño andaba la idea por el ambiente, por los círculos sociales y por las reuniones, que las dos premisas de ser “hombre” se centraban en dos acciones: fumar y beber alcohol. Estos dos elementos se grabaron en su alma. No fumaba, no bebía. Iba en dirección contraria.
En más de una ocasión había tenido que soportar el relativo desprecio de personas que le echaban en cara no seguir esas premisas no escritas en ningún libro, ni dichas por ningún maestro o filósofo pero, en boca de la mayoría de la gente que le rodeaba. Él lo tenía claro.
Había oído muchos programas de radio narrando la desgracia de muchos hogares por tener un padre alcohólico. Todo el mundo expresaba que podía controlar la cantidad de alcohol que bebía pero, no se controlaban en sus acciones ni en su violencia desatada. En su familia, varios componentes habían pagado con su vida su adicción al tabaco. Además, no creía que las características de un “auténtico hombre” se centraran en los productos que consumía.
En esa línea estaba más de acuerdo con la idea expresada por un gran maestro: “no es lo que entra en el hombre lo que lo destruye, más bien, es lo que sale del hombre lo que lo destroza”. Esas dos ideas de configurar la figura de un hombre con el consumo del tabaco y del alcohol había salido de una mentalidad errónea. Esa mentalidad mataba. Benjamín veía que debía oponerse a esa mentalidad para buscar las verdaderas cualidades de un “hombre”.
Era todo un gasto de energía y de superación. Sentirse pleno, libre, lleno de alegría y de entusiasmo, no dependía del consumo. Dependía de la mente que te fueras construyendo. En ese camino, Benjamín iba descubriendo otras ideas que, como cultura, caían de los árboles, se absorbían por los poros y tenía que pensarlas y ver la forma de superarlas.
“¿Es acaso un sacrificio dejar atrás la pequeñez y dejar de deambular en vano?”
“Despertar a la gloria no es un sacrificio”.
“Pero sí es un sacrificio aceptar cualquier cosa que no sea la gloria”.
“Trata de aprender que no puedes sino ser digno del Príncipe de la Paz, nacido en ti en honor de Aquel de Quien eres el anfitrión”.
“Desconoces el significado del amor porque has intentado comprarlo con baratijas, valorándolo así demasiado poco como para poder comprender su grandeza”.
Benjamín veía, en esas propuestas, los auténticos caminos del ser humano. Una invitación para despertar a la gloria. Una gloria que estaba dentro de él. Una dimensión de la que nadie le había hablado. Siempre le habían repetido la poca cosa que era. Casi sin darnos cuenta, seguíamos la línea que nos repetían de continuo. Y si esa línea estaba equivocada la seguíamos como si estuviéramos dormidos. Era lo que había. Pero, las grandes almas trataban de despertarse y no seguir las líneas equivocadas.
El párrafo del amor lo traspasaba: “Desconoces el significado del amor porque has intentado comprarlo con baratijas, valorándolo así demasiado poco como para poder comprender su grandeza”. Era todo un desafío descubrir el alcance maravilloso del amor por encima de tantas y tantas ideas falsas, raras y torcidas que le llegaban. Algunos lo confundían con placeres sin más. Placeres momentáneos que, pasado su efecto, te dejaban más vacíos que antes.
En esos pensamientos, Benjamín ahondaba porque veía en ellos la verdad que despertaba a su alma. Ya estaba bien de seguir dormidos. Ya estaba bien de seguir las ideas de la cultura. Ya estaba bien de aceptar sin pensar y reflexionar. La idea de ser una persona auténtica radicaba en los pensamientos y horizontes que albergaba en su alma.
La luz se hacía clara, intensa, atrayente, preciosa, vibrante y deliciosa. Benjamín notaba las vibraciones en su interior. Esos caminos realmente lo llamaban. No quería dejar de transitar esas sendas llenas de vida y de enorme esperanza.