Rafa veía que se utilizaba una palabra un tanto fuerte e inadecuada en aquel texto. Eso le llamó mucho la atención. Él no la hubiera utilizado jamás en ese asunto y en ese contexto. Y le hizo pensar mucho en la aplicación que la autora hacía de esa afirmación. ¿Podría tener razón?
Esas líneas exponían la línea de comprensión del ser humano: “Cada ser tiene cuatro partes: física, emocional, intelectual y espiritual. Pienso también que, si pudiéramos aprender a liberarnos de los sentimientos desnaturalizados, de nuestra ira, de nuestros miedos o de nuestras lágrimas no vertidas, podríamos encontrar de nuevo la armonía con nuestro yo verdadero y ser tal como debiéramos ser”.
“Este yo verdadero está compuesto de estas cuatro partes, que deberían equilibrarse y dar un todo armonioso. No podemos alcanzar ese estado anterior más que con una condición: la de haber aprendido a aceptar nuestro propio cuerpo-físico. Debemos llegar a expresar nuestros sentimientos libremente sin tener miedo de que se rían de nosotros cuando lloramos, cuando estamos enfadados o celosos, o nos esforzamos en parecernos a alguien por sus talentos, dones o comportamientos”.
“Debemos comprender que sólo existen dos miedos: el miedo a caerse y el miedo al ruido. Todos los otros miedos han sido impuestos poco a poco en nuestra infancia por los adultos, pues proyectaban sobre nosotros sus propios miedos y los transmitían así de generación en generación”.
Sin embargo, lo más importante de todo es aprender a amar incondicionalmente. La mayoría de nosotros hemos sido educados como prostitutas. Siempre se repetía lo mismo: «Te quiero si... » y esta palabra «si... » ha destruido más vidas que cualquier otra cosa sobre el planeta Tierra”.
“Esta palabra nos prostituye realmente, pues nos hace creer que, con una buena conducta o con unas buenas notas en la escuela, podemos comprar amor. De esa manera, nunca podremos desarrollar nuestro sentido del amor o nuestro sentido de autoestima”.
“Cuando éramos niños, si no cumplíamos la voluntad de los adultos, éramos castigados, y sin embargo una educación afectuosa habría podido hacernos entrar en razón. Nuestros maestros espirituales nos han dicho que si hubiéramos crecido en el amor incondicional y en la disciplina no tendríamos nunca miedo a las tempestades de la vida”.
“No tendríamos más miedo, ni sentimientos de culpabilidad, ni angustias, pues éstos son los únicos enemigos del hombre”. Rafa se quedaba asombrado con la utilización de la palabra “prostitución” en ese contexto. Reconocía que había aprendido mucho de “amor incondicional” en las experiencias de esa autora.
Admitía que ese modo de condicionar el amor al buen comportamiento era un error tremendo. Se amaba al ser humano por su gran dignidad. Unas veces estábamos de acuerdo con sus esfuerzos y superaciones. Otras veces pensábamos en cómo ayudarlo mejor en circunstancias delicadas. Pero, nunca, nunca, se ponía en duda el amor ni la dignidad de la persona.
Se amaba al ser humano por encima de todo, por encima de sus cualidades, por encima de sus actitudes, por encima de lo que nos parecía bien. En cada ocasión, debíamos expresar ese amor del modo adecuado para el bien de esa persona.
Nunca el amor faltaba. Nunca el amor desaparecía. Así ningún sentimiento adverso nacía en nosotros contra nadie. Una manera de hacer desaparecer muchos miedos de la vida.
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