Adolfo jugaba con dos palabras en su mente. Como profesor debía aplicar algunos elementos correctivos para indicar, de alguna manera, a la mente, que ese no era el camino apropiado. En el ámbito escolar se hablaba de castigos. Adolfo veía que era un inconveniente. La corrección sonaba mucho mejor.
Implicaba siempre un cambio de vía, de camino, de actitud. Se deducía un elemento de ayuda, de cariño, de afecto y de comprensión. Era un elemento más del proceso de aprendizaje. Las correcciones ayudaban a conocerse mejor a uno mismo. Una forma de aprender las propias limitaciones y líneas que no se podían pasar en la convivencia y en la relación.
Adolfo gozaba con esa idea de corrección tanto a uno mismo como comprensión para mejorar la convivencia con los demás. El ser humano era una persona de descubrimientos, de osadías, de creación de estructuras, de creación de relaciones. Unas veces se acertaba y se mejoraban las comunicaciones. Otras veces entorpecían las buenas relaciones.
En esos casos, las ideas de corrección se aplicaban mucho mejor a la verdad de la relación. La idea de castigo excluía a la persona de las relaciones. Se hacía sentir un peso inapropiado. Se despertaba una herida en el interior. Se generaba una idea de venganza por la ausencia de amor. Se despertaba una vía para devolver, de forma rebelde, lo peor de la amargura del ser humano.
Adolfo recordaba las correcciones de su profesor de primaria. Estaban llenas de comprensión y de verdad. Fueron indicadores en su camino. No le dejaron ningún resquicio de injusticia en su interior. Las aceptó. Cambió. Y las olvidó. Entendió que aquel profesor no pasaba de él. Lo tenía presente y era una forma de expresar esa atención que todo lo llenaba de amor y comprensión.
Desde ese punto de vista, enfocaba esas líneas: “El Espíritu Santo no puede castigar el pecado. Reconoce los errores y Su deseo es corregirlos tal como el Padre le encargó que hiciese”.
“Pero no conoce el pecado, ni tampoco puede ver errores que no puedan ser corregidos. Pues la idea de un error incorregible no tiene sentido para Él”.
“Lo único que el error pide es corrección, y eso es todo. Todo error es una petición de amor”.
Adolfo se quedaba pensando en esa idea que le llegaba muy hondo: “todo error es una petición de amor”. Pensaba, en esos momentos, a lo largo de su vida, que algunos alumnos bajaron a su despacho para hablar de alguna incidencia incorrecta. En esa conversación salían muchos temas, muchos porqués, muchos problemas del interior del alumno.
Las sesiones se alargaban por la comunicación fluida que se estaba dando. Al final, una nueva amistad había nacido. Una nueva amistad con un conocimiento mejor entre ellos mismos. Esas experiencias habían dejado huella en su corazón y en el de sus alumnos. Y podía concluir que: “todo error es una petición de amor”.
Adolfo, en ese mundo de aprendizaje, veía la gran calidad humana al aplicar a ese proceso los elementos de corrección desde el amor, desde la comprensión, desde el cariño y del puro afecto. Todo se mezclaba muy bien para permitir, a dos almas, unirse y darse mutuamente seguridad. Así descubrían la misma vibración que había en su interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario