sábado, enero 14

PADRE CELESTIAL, HIJO, HERMANO

Josué estaba planteándose algo nuevo en su mente. La lectura de aquellas ideas no le estaba dejando indiferente. Su mente, en cierta manera, se revolvía contra ella misma. Empezaba a pensar que debía cambiar algunos presupuestos intelectuales que había tenido durante mucho tiempo. Tenía que cambiar una de esas ideas que se consideraban “seguras” y que orientaban su forma de pensar y, por ende, su forma de actuar. 

Las ideas decían: “Tienes miedo del Padre Celestial porque tienes miedo de tu hermano. Temes a los que no perdonas. Y nadie alcanza el amor con el miedo a su lado”. 

Desde pequeño, el inmenso respeto que le habían inculcado respecto al Padre Celestial, le había hecho una imagen de un ser poderoso y lejano. Totalmente justo, totalmente perfecto, totalmente poderoso. La realidad del amor hacia el Padre se contrarrestaba con la lejanía. No lo sentía un ser cercano. 

Cuando trataba de hacerlo cercano en sus conversaciones con sus amigos, con sus padres y con sus maestros, todos le decían que el respeto debía ser sagrado. No debía acercarlo a sus experiencias. No debía faltarle al respeto. Josué no entendía. Veía a su madre cercana. 

A su padre lo veía más lejano. En sus momentos de comprensión, siempre encontraba en su madre la persona con la cual abrirse y sincerarse. El respeto y la distancia hacia los demás, le hacía encerrarse en sí mismo y no comunicar nada de lo que se debatía en sus adentros. Sentía que vivía una vida en su exterior y otra, totalmente distinta, en su interior. 

La idea de que “tienes miedo del Padre Celestial porque tienes miedo de tu hermano” era nueva. Nada había tan supremo en nuestra vida como el Padre Celestial. Todos los demás mortales eran infinitamente inferiores, nos decían. Y ahora se atrevían a afirmar que “tener miedo al hermano era tener miedo al Padre Celestial”. Algo realmente no andaba bien en su mente. 

La idea de “cercanía” y “lejanía” otra vez se ponían en contradicción. A las personas que se sentían “lejanas” no nos atrevíamos a abrir el corazón. Si el Padre Celestial se sentía lejano, tampoco el corazón se le abría. Y si se le abría, debía ser con tal cercanía como se sentía al hermano según esa idea que acababa de aprender. 

Lo primero que Josué debía cambiar en su mente era que tanto el Padre Celestial como su hermano estaban en la cercanía de la experiencia. En esa cercanía se realizaba la auténtica función de los dos. Todavía más, se unían la importancia y trascendencia del hermano con la importancia y trascendencia del Padre Celestial. 

Ese punto lo había tenido siempre separado. Ahora se unían y Josué entendía y comprendía que había caído en un error contradictorio. La idea del Padre Celestial, en tanto que Padre, era la unión familiar de tod@s Sus Hij@s. La unión del trípode se completaba: Padre, Hijo, Hermano. Sin la unión del Hijo y del Hermano, la alegría del Padre no estaba completa. 

En esa línea del corazón de amor, cada un@ sabía que el Padre Celestial no estaba pleno y satisfecho si entre los hermanos había disensión. Debía grabar en su alma la idea de Padre Celestial = Padre de tod@s. Así en esa reunión familiar podía entender esas nuevas ideas que le llegaban. 

“Este hermano que está a tu lado todavía te sigue pareciendo un extraño. No lo conoces, y la interpretación que haces de él es temible. Y lo sigues atacando, para mantener a salvo lo que tú crees ser. Sin embargo, en sus manos está tu salvación. Ves su locura que detestas porque la compartes con él. Y toda la piedad y el perdón que la curaría dan paso al miedo”. 

“Hermano, necesitas perdonar a tu hermano, pues juntos compartiréis la locura o el cielo. Y juntos alzaréis la mirada con fe o no la alzaréis en absoluto”. 

Josué atesoraba esas palabras en su corazón. Su mente estaba dispuesta a cambiar. Unas ideas que se creían seguras se diluían. La visión del Padre Celestial y del hermano tomaban su lugar.

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