Marcos estaba dándole vueltas a aquel texto que había leído en uno de los posters de la habitación de su hija: “El deseo de la felicidad es un obstáculo para encontrar precisamente la felicidad”. “La felicidad”, se decía a sí mismo, “era algo esquiva y no se dejaba apresar por el pensamiento”.
Repasaba, en su vida, momentos donde la felicidad le había embargado, le había sorprendido, le había maravillado. Todos ellos habían sido evasivos. Se habían presentado cuando no la estaba esperando. No era posible buscar la felicidad. Era un premio que ocurría en algunos momentos donde la persona no estaba.
Había tenido una conversación con uno de sus amigos. Había sacado en claro que su amigo tenía una terna de premisas que le había comunicado: “Yo busco la felicidad”, “yo la decido”, “yo la controlo”. Esa actitud le había dejado preocupado por su amigo. En su vida no había ocurrido de esa manera.
Nadie podía buscar la felicidad porque la felicidad tenía presupuestos que la mente no contenía en ella misma. La felicidad, más que una búsqueda, era una sorpresa. Era totalmente lo contrario. El “yo” no podía buscar la felicidad porque el “yo” desconocía lo propio de la felicidad.
En ese campo siempre aparecía la felicidad cuando el “yo” había desaparecido. De ahí su presencia sorpresiva. Uno de sus mayores momentos de felicidad ocurrió de manera insospechada y surgió donde no lo esperaba. Mateo se deleitaba recordando ese momento.
La flecha del amor le traspasó cuando no fue buscando ese amor. Fue buscando un favor para un amigo suyo. La respuesta que recibió dejó marcado en su corazón un latir que no había conocido hasta entonces. ¿Cómo podía buscar el “yo” la felicidad si la desconocía totalmente?
Mateo veía la equivocación de su amigo. La felicidad no se podía buscar. Era más bien estar abierto y dejarse apresar por ella cuando nosotros no estábamos en absoluto pensando en ella. Por ello, veía la segunda afirmación de “yo la decido” como otro error en la misma línea. Nadie podía decidir esos momentos de asombro, de magia, de elevación y de sorpresa.
A la mente había que sorprenderla. A la mente había que esquivarla. La novedad arrancaba del corazón una experiencia que la mente vivía y se hundía en una situación que no podía evitar sentirse elevada. El corazón tenía sus motivos. La mente no podía entender al corazón. Pero el corazón sí podía llevar a la mente al éxtasis.
Por lo tanto, la tercera afirmación era un completo error: “yo la controlo”. La mente era totalmente inepta en esos campos. Había momentos donde se quería reproducir un estado mágico de felicidad vivido con anterioridad. La nostalgia llenaba los sentidos, la mente, los recuerdos y los pensamientos.
Esos pensamientos eran reales. Recordaban ese momento especial. Lo que olvidaban esos pensamientos era que ellos no habían participado en aquel momento. No lo habían facilitado. Se habían visto totalmente envueltos por ese huracán interno de felicidad que era imposible de controlar.
Su amigo había tenido uno de esos momentos. Quería poder revivirlos. Quería poder evocarlos y sentirlos de nuevo. Su novia y él lo habían dejado. Su amigo quería volver a retomar la relación. Así podría sentir esos momentos de magia que habían volado. Su amigo olvidaba que nunca segundas partes fueron buenas.
Su amigo olvidaba el factor sorpresa. Su amigo olvidaba que la mente no intervenía. Por ello, su mismo empeño era un obstáculo en contra de la felicidad. Había tomado un camino equivocado. No entendía que su felicidad debía venir por otro camino. No podía forzar a su novia a volver. No podía forzar a su novia a recordar el pasado.
Mateo recordaba la primera ilusión que tuvo con una chica. Se ilusionó grandemente con ella. Su mente le había descubierto que podrían hacer grandes cosas juntos. Mateo sufría. Sus amigos le decían que la chica no le correspondía. Mateo se frustró por la razón que tenían. Cuando llegó su verdadero amor, entendió lo equivocado que estaba.
Esa equivocación le hizo sufrir porque la mente era terca y se montaba su vida personal. Pero, la mente, como siempre, era inepta. Su corazón elevaba una plegaria a los cielos agradeciendo que el amor le hubiera tocado en su vida de la debida manera. Todo el sufrimiento anterior sirvió para que despertara y viera la sinrazón de su penar. El amor era un regalo del cielo.
Vamos pensando en la misma línea yo agradeciendo el amor y los regalos recibidos hoy y tú escribiendo de estar abiertos y disfrutarlos
ResponderEliminarUna felicidad coincidir. Disfrutemos.
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