viernes, enero 27

LA MISMA MENTE CON LA MISMA LIBERTAD

Esteban gozaba mucho con el estudio que estaba llevando a cabo. Quería comprobar si los signos del zodiaco y los caracteres asociados a dichos signos eran auténticamente ciertos para cada persona nacida en cualquier lugar de la tierra. Su estudio era fácil. Era profesor de español como segunda lengua para estudiantes extranjeros.

Entre sus alumnos contaba con personas desde la Patagonia hasta Canadá, en el continente americano. Del continente europeo, tenía entre sus estudiantes, personas desde Portugal hasta Ucrania y Rusia. También, desde España a Noruega y Dinamarca. En esa muestra de amplio espectro, iba desarrollando sus entrevistas. 

Se iba quedando sorprendido de que un Aries presentara unas características básicas parecidas, independientemente del lugar de su nacimiento, con todas las diferencias de culturas que tenían. Así iba descubriendo lo mismo con el capricornio, el leo, el libra y todos los demás. Todos los signos presentaban sus detalles específicos. 

Desde el punto de vista del cuerpo, todos eran distintos. Sus colores de piel diferían. Sus rasgos físicos contrastaban. Su altura también cambiaba. Pero, su unidad de carácter iba emergiendo de una forma que se podía hablar de muchos cuerpos, pero solamente de una misma mente. Todos ellos dotados de su elemento esencial en su carácter: su libertad de elección. 

Con esa idea en mente, Esteban comprendía mucho mejor las líneas de ese párrafo: “Si los regalos se han de dar y recibir de verdad, no se pueden dar a través del cuerpo. El cuerpo no puede ofrecer ni aceptar nada; tampoco puede dar o quitar nada”. 

“Sólo la mente puede evaluar, y sólo ella puede decidir lo que quiere recibir y lo que quiere dar. Y cada regalo que ofrece depende de lo que ella misma desea”. 

“La mente engalanará con gran esmero lo que ha elegido como hogar, y lo preparará para que reciba los regalos que ella desea obtener, ofreciéndoselos a aquellos que vengan a dicho hogar, o aquellos que quiere atraer a él. Y allí intercambiará sus regalos, ofreciendo y recibiendo lo que sus mentes hayan juzgado como digno de ellos”. 

La mente, con su hermosa libertad, decidía el tipo de hogar que deseaba construir. Esteban había quedado en su despacho con un estudiante de California. Un muchacho totalmente escéptico con esas ideas del zodiaco. Empezaron la conversación. Esteban le fue indicando sus ideas y los puntos básicos de su carácter. 

Al principio había tensión, descreimiento, duda y lejanía. Hacia la mitad de la conversación el muchacho norteamericano no podía ocultar más lo que su corazón le decía, lo que su mente le afirmaba. Su profesor tenía razón. Era así. Creía que solamente lo sabía él. Creía que nadie podría comprenderlo. 

Un profesor de un país lejano al suyo le estaba tocando sus fibras sensibles. Al final, no pudo más. Se abrió con toda la fuerza de su corazón. Compartió el gran peso que llevaba en su interior. Su padre hacía seis meses que había fallecido y no lo había podido superar. Era su secreto. Nadie podía entenderlo. 

Pero, aquella noche, tuvo la oportunidad de compartir ese gran peso. Esteban pudo verificar, una vez más, que la mente era la misma. Los cuerpos eran distintos, pero la mente interior era igual. Un encuentro maravilloso de mentes tuvo lugar. Un momento de comunicación intensa se desarrolló. El muchacho lloró. El muchacho se expresó. El muchacho pudo compartir ese terrible peso dentro de él. 

Todavía el recuerdo vivía en el profesor. Era maravilloso constatar que, por muchas diferencias físicas que nos pudieran separar, una misma mente habitaba en cada persona de este mundo. Eso sí, una mente con la libertad de elección frente a las circunstancias de la vida.

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