sábado, enero 21

MARAVILLOSA ECUANIMIDAD O EQUILIBRIO

Mateo jugaba con aquella palabra que tenía una pronunciación tan agradable. La había utilizado en algunas ocasiones. No era muy usada en el nivel de conversación entre amigos. Sin embargo, su presencia en sus escritos y en sus opiniones proporcionaban un rango de maravilla y de buen estar.

La palabra “ecuanimidad” se erigía como todo un monumento para comprender los elementos básicos de la vida. Una persona ecuánime se aplicaba a una persona de buen juicio, de buena comprensión, equilibrada y serena. Una persona que sabía muy bien su camino. Dirigía su pensamiento por caminos de rectitud, justicia, comprensión y amor. 

Los sinónimos nos ayudaban a comprender esa palabra mucho mejor: “imparcialidad”, “equidad”, “desapasionamiento”, “equilibrio”, “justicia”, “rectitud”. A todos nos gustaría topar con una persona con esas cualidades en su interior. Y, si eran personas de responsabilidad sobre nosotros, todavía más. 

En nuestro corazón bullían, en ocasiones, muchas energías, ideas confusas y reacciones en caliente que nos quitaban el equilibrio y la paz. Esa falta de equilibrio nos hacía tener una idea diferente de todo lo que sucedía a nuestro alrededor y en nuestra vida. Era como una lente que nos desenfocaba todos los problemas. 

De ahí que, a menudo, era bueno que alguien nos recordara recobrar la paz y la tranquilidad. Decidir, en ese estado, todas las acciones que se debían llevar a cabo. La “ecuanimidad” o “equilibrio” nos daba la visión de encontrar, de forma justa, las soluciones oportunas y adecuadas. 

Mateo recordaba y se repetía aquellas palabras que un amigo le envió en cierto momento de su vida: “Mis sensaciones contigo son maravillosas, gratas y llenas de serenidad. Templas mi carácter y moldeas mis expresiones”. La paz y la “ecuanimidad” o “equilibrio” presidía aquella relación llena de respeto, de paz, de comprensión, de una profunda admiración y de un aprecio inestimable. 

Mateo se daba cuenta de que la falta de “ecuanimidad” o “equilibrio” era la causa de magnificar los errores y los inconvenientes de la vida. Y esos errores engrandecidos se veían como horribles. Lanzaban toda su fuerza contra la persona misma y contra las otras personas. Era un sufrimiento creado por una mente falta de equilibrio. 

Viendo que era una facultad que se adquiría, Mateo siempre trataba de aplicar, a todas las situaciones, esa cualidad de “ecuánime” o “equilibrado”. Le ayudaba mucho. Le hacía sufrir mucho menos. Le ayudaba a encontrar mucho mejor la solución. Entendía, con mayor facilidad, la situación de cada incidencia. Había notado una mejoría en su vida. 

Así cada día, al final de la jornada, en sus momentos de descanso, repasaba las incidencias del día. Y, a todas esas incidencias, le aplicaba la “ecuanimidad” o “equilibrio”. Analizaba si lo había aplicado bien. Analizaba sus extremos. Trataba de situar todo siempre en su justa medida de considerar las dos vertientes de la situación. 

Mateo, desde su corazón, daba gracias al Eterno por darle esa nueva visión de aplicar ese “equilibrio” o “ecuanimidad” en sus pensamientos, en sus opiniones y en sus valoraciones. Era un camino placentero lleno de sabiduría. Recordaba esas notas de su amigo: “Mis sensaciones contigo son maravillosas, gratas y llenas de serenidad. Templas mi carácter y moldeas mis expresiones”. 

Mateo cerraba sus ojos y susurraba: “Bendito “equilibrio” o “ecuanimidad”.

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