sábado, enero 7

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Luis se estaba preparando un bocadillo. Tenía ganas de estar en un lugar de las colinas cercanas. Su paz, su tranquilidad, sus sombras y sus reflejos de la tarde le inspiraban siempre muchas cosas. Su corazón latía con fuerza. La ilusión le subía por su pecho. Con todo detalle, iba eligiendo los ingredientes para disfrutar de ese bocadillo en el momento oportuno de ir recogiendo energías.

No sabía con detalle el tema que iba a reflexionar. Siempre confiaba en el momento justo de su encuentro con la paz para tomar sus decisiones. No era necesario que se llevara agua. La fuente que había en lugar era fresca, sana, agradable y proveniente de la colina. La recogía gustosamente de la lluvia y después la filtraba para añadirle sus sales minerales. 

Su paso alegre, firme, orientado y bien dirigido le llevaron al lugar. Respiró con toda amplitud. Se encontraba a sus anchas. Unas piedras planas le servían de buen asiento. Una vista rica de diversos árboles, de aguas cayendo en pequeños desniveles, de hojas de diversos colores adornaban el lugar de forma admirable. 

Era su momento, era su lugar, era su tiempo, era su encuentro. Allí se ponía en contacto consigo mismo y con el universo. Dejó su mente a los aires, sus ojos lejos en el horizonte. Su vibración lanzaba alegría, seguridad y recogimiento. Dos pensamientos alados llegaron hasta su mente para tratar de comprenderlos. 

Recordó un encuentro que tuvo con un señor amigo de uno de sus familiares. Se vieron mientras hacían gestiones en la ciudad. Se habían conocido en una comida de fraternidad en la familia. Habían hablado y habían descubierto muchas coincidencias. Después del saludo, de las palabras de apoyo, de las palabras de amabilidad, aquel señor le abrió su corazón. 

Le dijo que no confiaba en el género humano. Las personas no ofrecían motivos de confianza. Se encontraba desesperanzado. Esas palabras calaron en la mente y en el alma de Luis. Entendía que esa desconfianza hacia los demás también provenía de una desconfianza en sí mismo. Palabras que entristecían la visión y que no podían encontrar ninguna solución. 

Esa conversación se había quedado impresa dentro de Luis. Tachar a todos los demás de faltos de confianza era muy arriesgado. No era lo normal. Esa tendencia de hacer de una experiencia o dos, regla general era muy arriesgado. Distorsionaba totalmente la verdad. Era cierto que las personas humanas podíamos fallar, pero no se podía hacer regla general de pequeños reveses que todos teníamos. 

Otra idea se le cruzó en la mente a Luis. Otra persona le dijo, en cierta ocasión, que no valía la pena esforzarse por ser correcto, amable, relativamente bueno, y honesto. Afirmaba que era una excepción a la regla general. Una persona sola no podía cambiar absolutamente nada. Así que concluía que debía seguir el camino de todos y tratar de aprovecharse de la situación. 

Luis tenía que dar respuesta dentro de sí a aquellas dos afirmaciones. Tenía que entenderlas en su razón y en su verdad. La primera idea que le vino a la mente era que la felicidad personal no se la daba nadie. Su felicidad no dependía de nadie. Si su felicidad no dependía de nadie, ¿por qué tenía que depender de los demás nuestras decisiones de superarnos y de tratar de dejar un mundo mejor?

“La pequeña barrera de arena todavía se interpone entre tu hermano y tú. ¿La reforzarías ahora?”. 

“No se te pide que la abandones sólo para ti. Cristo te lo pide para Sí mismo”. 

“Él quiere llevar paz a todo el mundo, mas ¿cómo lo podría hacer, sino a través de ti?”. 

“¿Dejarías que un pequeño banco de arena, un muro de polvo, una aparente y diminuta barrera se interpusiese entre tus hermanos y la salvación?”

“Sin embargo, este diminuto residuo de ataque que todavía tienes en tanta estima para poder usarlo contra tu hermano, es el primer obstáculo con el que la paz que mora en ti se topa en su expansión”. 

“Este pequeño muro de odio todavía quiere oponerse a la voluntad del Padre, y mantenerla limitada”. 

Luis reconocía que no era sólo para sí mismo. Cristo se lo pedía para Sí mismo, con un fin maravilloso. No sabía qué pasaba realmente en su interior, pero cuando se trataba de conseguir algo para sus amigos, para sus familiares, para sus alumnos y para gente que conocía, todo le era más fácil. 

Así encontraba que, si se ponía en marcha, se solucionaba la idea de la desesperanza en los demás y de la pequeñez del esfuerzo de una persona. Todo formaba parte de una unidad superior que todo lo gobernaba y lo guiaba.

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