Sebas se había sentido muy bien las veces, en su vida, que había accedido a ser colaborador de alguna persona admirada. Se alegró sobremanera cuando fue invitado a reemplazar a una profesora apreciada por él en una clase. La profesora se dirigió a él y le dijo: “Ahora ya eres mi colaborador”.
Sebas se sintió grande, apreciado, valorado, entendido, recibido con alegría y su gozo resonaba en su interior. Era todo un sueño colaborar con aquella profesora. Era algo así como reconocer que había ciertas habilidades dentro de él para desempeñar algunas tareas que la profesora solía hacer. De ahora en adelante, las haría él.
Sentía con intensidad el aprecio mutuo. La profesora lo había elegido. Él sentía una intensa gratitud y admiración. Trabajar en equipo, sentirse orientado por la profesora, tener reflexiones conjuntas de la metodología, de los temarios y de las incidencias de la clase, era todo un sueño. Era empezar con muy buen pie su tarea en la enseñanza.
Se repetía, para sus adentros, que ya no se sentiría solo para tomar decisiones. Podría consultarlas con su profesora. Y su experiencia en la materia les daría momentos de reflexión únicos en ese camino tan hermoso de desplegar el conocimiento bien dirigido, bien comprendido, bien diseñado a l@s alumn@s de aquellas clases.
Sebas, al recrearse con esa idea de colaboración, también reconocía que había un Ser tremendamente maravilloso que contaba con todos nosotros como colaboradores. El Padre celestial también contaba a Sus Hij@s como colaboradores suyos. Sebas recibía esa idea como un fogonazo de luz en su caminar por la vida.
Se había sentido maravillado en la colaboración con su admirada profesora. ¿Cómo debería sentirse con la petición de colaboración de su Padre Celestial? Desde pequeño, había sentido una distancia infinita entre él y su Padre. También la había sentido con su profesora. Sin embargo, Sebas se decía a sí mismo que la maduración, la comprensión y el conocimiento hacían su efecto.
Era tiempo de dar el paso. Lo dio con la profesora. Le tocaba darlo con su Padre Celestial. Como profesor, no esperaba que los alumnos le dieran la paz. Sabía que debía poner esa paz en el corazón de cada uno de sus alumnos. Como colaborador de Dios, ya no podía esperar nada de los demás. Debía compartir esa paz y esa comprensión con todos los que lo rodeaban.
Todo tenía su tiempo en la vida. Como jóvenes, recibíamos. Como adultos, compartíamos. De la misma manera que sus inicios como profe, tuvo sus dificultades, sus inicios como colaborar del Padre, tendría sus más y sus menos.
“A medida que la paz comience a extenderse desde lo más profundo de tu ser para abarcar a toda la Filiación y ofrecerle descanso, se topará con muchos obstáculos”.
“Algunos de ellos los tratarás de imponer tú. Otros, parecerán provenir de otra parte de tus hermanos, o de diversos aspectos del mundo externo”.
“La paz, no obstante, los envolverá dulcemente a todos, extendiéndose más allá de ellos sin obstrucción alguna. La extensión del propósito del Espíritu Santo desde tu relación a otras personas para incluirlas amorosamente dentro de ella, es la manera en que Él armonizará medios y fin”.
“La paz que Él ha depositado, muy hondo dentro de ti y de tu hermano, se extenderá quedamente a cada aspecto de vuestras vidas, rodeándoos a ambos de una radiante felicidad y, con la sosegada certeza de que gozáis de absoluta protección”.
Sebas entendía que su Padre Celestial había colocado esa paz en su interior. Era ya momento de empezar su agradecida colaboración con Él. Notaba, dentro de su corazón, que Él se lo pedía. Y no había una experiencia mejor en esta vida que sentirse colaborador del Padre Celestial. Compartir las tareas de paz con su Padre Celestial era la mejor invitación que se podía recibir.
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