viernes, enero 6

VER LA AUTÉNTICA VERDAD EN LOS DEMÁS

Enrique, a lo largo de su vida, había ido construyendo, con sus relaciones, toda una jerarquía de diferencias. Había personas con las que, de una manera natural, la empatía surgía entre ellas. Se sentía comprendido. Desarrollaba, en su presencia, sus mejores talentos. Sacaba lo que había en su interior. Nada se lo impedía. Era un gozo estar con ellas.

Con otras personas tenía sus barreras. Se levantaban barricadas para impedir que la comunicación se diera. Él decía que no lo hacía de una manera consciente. Pero, no se comportaba de forma natural con ese grupo de personas. La fluidez comunicativa no se daba. Era prudente y limitaba la comunicación a lo esencial y necesario. 

Otro grupo de personas no le ofrecían mayor comunicación que un sencillo y simple saludo. En una ocasión, trató de entablar conversación con una de estas personas. Se encontraron en el parking. Recibió el saludo de la otra persona con un gesto muy amable. Enrique consideró el momento de tratar de tener algunos comentarios más. 

Su sorpresa aumentó cuando esa persona se lo particularizó de una forma muy clara: “no deseo decirte nada más. Sólo te quería saludar”. Enrique se quedó de piedra. Le costaba aceptar ese funcionamiento en las demás personas. Con el corazón helado y sin comprenderlo, adelantó el paso y lo dejó caminando solo su camino. 

Enrique estaba confuso con esa forma de relacionarse. En cierto momento, se trasladó a otra ciudad. Allí se propuso tener una buena relación con todas las personas. Ya no crearía esos grupos. Ahora, según él, era distinto. Hizo todos los esfuerzos que pudo. Pero, al cabo del tiempo se habían formado los mismos grupos de antaño. Los mismos grupos y en otro entorno. 

Allí, Enrique comprendió que no estaba en los demás esas diferencias. Las diferencias estaban dentro de él. Con las personas que lo aceptaban, se entregaba totalmente. Con las personas que no le daban cierta confianza, era muy prudente y se encerraba. Y con las personas tímidas, era inconsciente y su propia apertura les hacía cerrar a los demás. 

Enrique entendió que su mirada debía cambiar. Debía cambiar de foco. Enrique se centraba en sí mismo. Si él se sentía bien, la entrega a la relación era total. Si él no se sentía bien, entonces, se replegaba. Y los que eran distintos en sus saludos y manifestaciones, se limitaba a lo mismo. 

Decidió cambiar la relación con los demás basado en lo que los otros sintieran. Se olvidó de sí mismo. Trató de comprender, de apoyar, de animar, de respetar, de aceptar las diferencias. Lo importante eran los demás. Y decidió apreciar a todos y cada uno de ellos dentro de sus diferencias y de sus variadas formas de ser. 

“Siempre”, se decía, “había un camino mejor para llevar bien una relación y ser un motivo de apoyo para todos los que nos rodeaban”. En esa línea entendía los siguientes pensamientos: “El Espíritu Santo sólo te pide que aceptes por Él la gratitud que le debes. Y cuando contemplas a tu hermano con infinita benevolencia, lo estás contemplando a Él”. 

“Pues estás mirando allí donde Él está, y no donde no está”. “No puedes ver al Espíritu Santo, pero puedes ver a tus hermanos correctamente”. 

“Y la luz en ellos te mostrará todo lo que necesites ver”. 

“Cuando la paz que mora en ti se haya extendido hasta abarcar a todo el mundo, la función del Espíritu Santo aquí se habrá consumado”. 

Enrique con esa nueva mirada centrada en el Espíritu Santo, centrada en cada una de las personas con las que entraba en contacto, centrada en el Espíritu Santo en esa persona, tenía una visión distinta, una percepción diferente, una comprensión que iba más allá de “nos caemos bien”. Descubrió, en cada uno de ellos, los mismos mimbres internos que había en su corazón. 

Enrique agradecía, inmensamente, ese cambio de lugar. Pudo, por fin, ver que lo que debía cambiar era su mirada y su personal planteamiento: todos y cada uno de ellos llevaba el Espíritu Santo en su interior. Y siempre que lo buscaba, lo encontraba de forma excelente. Así se facilitaba, en gran manera, la unión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario