Adolfo estaba descubriendo un denominador común en aquellas líneas que estaba leyendo. El camino de superación era la aparición, en su interior, de una conciencia diferente a la que tenía. La luz se le iba abriendo y un horizonte nuevo se estaba diseñando en la lejanía.
Esa nueva conciencia le hacía ver a los demás de una distinta forma a la que había estado considerando a cada persona. Leía y releía aquellas líneas: “Contempla a tu hermano con otros ojos. Tú me has perdonado ya. Sin embargo, no puedo hacer uso de tu regalo de azucenas mientras tú no las veas. Ni tú puedes hacer uso de lo que yo te he dado mientras no lo compartas”.
Adolfo veía que ese cambio de conciencia se centraba en la ley maravillosa de la vida: “trata a los demás como quisieras que los otros te traten a ti”. Pero, se estaba hablando de conciencia. No se hablaba de un acto puntual. Se podía tratar bien a una persona y recibir de esa persona un trato inadecuado. Esa conciencia se formaba cuando nuestra mentalidad se ponía en práctica.
La idea no era tratar bien a los demás para que los demás nos trataran bien. Su finalidad era bien distinta. La idea de tratar bien a los demás construía esa conciencia en nuestro interior independientemente de la reacción de los demás. Mientras nuestras ideas no se pusieran en práctica, la nueva conciencia nunca aparecería: “Ni tú puedes hacer uso de lo que yo te he dado mientras no lo compartas”.
Adolfo estaba alborozado en su interior. Veía con mayor claridad la aparición de esa nueva conciencia que le cambiaría su forma de ver y considerar a los demás. Si veía en los demás el mismo tesoro que descubría dentro de sí. Si veía en los demás la misma importancia que sentía como una fuerza que le hacía vivir. Si compartía con los demás, la alegría de la vida que necesitaba para cada día.
Si veía en los demás la misma necesidad de comprensión que reclamaba para sí en muchos momentos. Si veía en los demás la necesidad de disculpa y de apoyo como él la necesitaba. Si veía en los demás, la liberación que él deseaba experimentar. Si veía en los demás, la falta de culpa y condenación que tanto le molestaba en su vida. Entonces, y sólo entonces, estaría cambiando su mentalidad.
Ya era hora de dejar de usar ese doble rasero que veía una perniciosa intencionalidad en los demás, mientras él se justificaba y alegaba que él no la tenía. Ya era hora de ofrecer a los demás la misma comprensión que a él se ofrecía. Los demás eran tan malos como él, o los demás eran tan buenos como él. Los demás eran tan amables y maravillosos como él, o los demás eran tan descuidados y negligentes como él.
Al tratar a los demás con todas la buenas intenciones, actitudes, pensamientos y amorosos planteamientos con los que él se trataba, esa nueva consciencia hacía aparición, con toda su eterna fuerza de verdad, en la vida. “Ayúdales a los demás a seguir adelante en paz más allá de tus condenas, con la luz de su propia inocencia alumbrando el camino hacia su redención y liberación”.
“No le obstruyas el paso con ataques y condenas, cuando su redención está tan cerca. Deja, en cambio, que la blancura de tu nueva conciencia representada en el ramo de azucenas lo acelere en su camino hacia la resurrección”.
Adolfo estallaba en su interior de gozo. Había visto las luces de una nueva conciencia. Había visto el camino para crear esa nueva conciencia. Había visto la grandeza eterna de esa nueva conciencia. Algo muy sustancial estaba cambiando en su interior. Y, Adolfo, de ello, se alegraba con inmensa gratitud hacia su amante Creador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario