Esteban escuchaba atentamente a aquel conferenciante sobre el funcionamiento de la mente respecto a las palabras. Decía que la mente era lingüística. Las palabras con sus significados eran los que realmente dirigían la intensidad de los conceptos y la oposición total entre ellos. Exponía que no era lo mismo, para la mente, expresar que tenía un “problema”, en lugar de citarlo como “reto”.
Las actitudes hacían cambiar el metabolismo de las neuronas. No era lo mismo tener que hacer un “arduo trabajo”, que tener que hacer “una minuciosa investigación”. Santi iba viendo que algunos términos o expresiones estaban cargados de una negatividad total.
Esa negatividad se trasladaba a la mente y, esta lo sentía con toda su carga añadida de inconveniente. Otros términos se consideraban como positivos, alegres, curiosos, deseosos de conocerlos y le daban alas a la mente para realizar las tareas con una energía añadida de alegría y descubrimiento.
Se dio cuenta de que cada uno tenía, en su vida, su “vocabulario particular” para ir caminando por sus pensamientos y por sus comunicaciones. Las personas pesimistas tenían más cargada su mochila de palabras inseguras, inciertas y negativas que las personas optimistas que las llenaban de energía, ilusión y apertura al conocimiento.
Cada persona, con sus elecciones, ante los mismos quehaceres de la vida, los aliviaba con sus palabras abiertas, francas y agradables. Otras, se cargaban con una fuerza suplementaria que tenían que arrastrar en su mente y en sus actitudes por las palabras negativas que dirigían a los mismos quehaceres que otras personas hacían.
Esteban se quedó sorprendido ante la expresión de un amigo que suyo que le dijo que iba a tomar una lluvia de luz por todo su cuerpo. Por el contexto, supo deducir que era una ducha. Le gustó la idea. Además de lo relajante que era una ducha, le añadía la idea de alumbrar cada uno de los poros y comunicarse a través de la luz y dejar la oscuridad.
Recordaba de joven una discusión que había surgido entre dos compañeros suyos por un desacuerdo que tenían. Uno de ellos le dijo cierta historia al otro. Al escucharle le devolvió la palabra “mentira”. El muchacho que se la comunicó, le dijo que, de ninguna de las maneras, era una “mentira”. Le reafirmó que él no era un “mentiroso”.
Los dos fueron a él. Esteban los escuchó. Les preguntó las razones que tenían. Les propuso la siguiente expresión para dilucidar aquella cuestión: “Creo que puede no ser cierta la historia”. El compañero que se había molestado por la palabra “mentira” dijo que lo aceptaba. El otro que la usó, la admitió también. Esteban desde muy joven descubrió que había expresiones que cortaban.
Desde ese punto de vista, veía que la mente era lingüística. La palabra con contenido “negativo” cargaba con esa “negatividad” tanto a la mente que la concebía como a la mente a la que la dirigía. Esteban empezaba a vislumbrar, con esa idea de la influencia de la negatividad sobre la mente, que debía cambiar todo su vocabulario en forma positiva para beneficiarse de esa nueva energía.
“Mentira” cambiaba a “debiéramos confirmarlo”, “puede que no lo sepamos todo, “puede que no sea así”. “Hijo de .. . .” era “estás confundido”, “te equivocas totalmente”, “no hay ninguna razón para esto”. “Eres un ca. . .n”, se resolvía en “no hay intencionalidad”, “idea equivocada”, “persona confusa”, “persona desorientada”.
“El trabajo” era “tarea”, “servicio”, “atención”, “comprensión”, “colaboración”, “estudio”, “reflexión”. El fastidio era “la vida siempre nos enseña”, “el presente es genial”, “la solución la da la vida, no yo”, “la vida siempre tiene razón”. “por qué luchar contra la evidente?”. El enojo era “bueno, puede ser así o puede ser como digo yo”, “Si lo puedo cambiar lo cambio, si no lo puedo cambiar, lo acepto y lo amo”.
Esteban veía que, con pequeños trucos de vocabulario, la energía de la que disponía se acrecentaba y vivía con mayor intensidad y alegría haciendo las mismas cosas de cada día. Las palabras le ayudaban en sus tareas. Cuidaba con esmero sus palabras en sus respuestas, en sus pensamientos y en sus actitudes.
No permitía que la negatividad se presentara como carga añadida a sus esfuerzos naturales del día.
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