jueves, enero 19

HERMOSO Y VITAL JUEGO DEL AMOR

Benito veía una línea de comprensión en sus pensamientos. Había nacido en una familia. Había aprendido en una familia. El amor y los cuidados habían jugado un papel muy importante. Y, de adulto, se había independizado. Esa madurez no implicaba una separación. Era una responsabilidad que adquiría. Pero, sicológicamente se veía unido a una familia. 

Observaba que ningún ser humano había venido solo. Por eso, la soledad no le era natural. La relación entre los miembros de la familia era lo normal, lo efectivo. En esa forma de pensar comprendía mucho mejor las líneas que seguían: “Ten fe en tu hermano, pues la fe, la esperanza y la misericordia son tuyas para que las des”.

Desde su nacimiento, Benito había observado y experimentado esas manos que siempre confiaban en él: su madre y su familia. Había sentido todo el apoyo que recibía de sus padres y de sus hermanos. En momentos difíciles, siempre había tenido un rostro, una presencia, un sentimiento, un apoyo incondicional que confiaban en él por completo. 

Sin duda, todo eso había sido un tesoro maravilloso. Su ser interior se había nutrido de esas demostraciones de amor y de entrega. Se habían desarrollado en su interior. Por ello, entendía esa idea de que: “la fe, la esperanza y la misericordia son tuyas para que las des”. 

Las había recibido. Las había gozado. Las había apreciado. Y, por tanto, se habían despertado en su interior. Al ser pequeño, al ser inconsciente, las había recibido de forma natural. No era un contrato. No era un intercambio. Realmente eran un regalo. Un regalo que, ahora de adulto, apreciaba de una forma tan fuerte que su corazón le latía apresuradamente. 

“¿Cómo podría agradecer tan hermosos regalos?”, se preguntaba interiormente. Sus ojos leían y parecía que le daban la respuesta: “Libera a tu hermano aquí, tal como yo te liberé a ti. Hazle el mismo regalo, y contémplalo sin ninguna clase de condena. Considéralo tan inocente como yo te considero a ti, y pasa por alto las faltas que él cree ver en sí mismo”. 

Benito, de modo consciente, debía desarrollar el mismo amor que había recibido de forma generosa, amplia y amorosa. Esa actitud le había dado a él la vida. Esa actitud le devolvería a él y a su hermano también la vida. “A las manos que dan, se les da el regalo. Contempla a tu hermano, y ve en él el regalo del Padre Celestial que deseas recibir”. 

La luz se encendió en su mente. Comprendió que cuando daba, recibía. En su retina estaba impresa la sonrisa de su madre cuando le transmitía todo su amor y cómo la alegraba un sencillo gesto suyo de alegría. Desde la consciencia, su comprensión le guiaba. 

Compartir con los demás sus gestos liberadores de malentendidos, disgustos, enfrentamientos destapaban una grata energía de paz. Los abrazos restauraban una intensa vida auténtica de equilibrio personal. Ahora sí veía cómo podía participar en ese juego del amor, del apoyo, la confianza, de la seguridad y del esfuerzo en busca del bienestar del otro. 

Se daba cuenta de que formaba parte de una familia universal. Una familia que abarcaba a todas las personas del mundo. Una familia infinita por tener el mismo Padre y tener las mismas teclas en su piano interior. Todas sonaban igual. Todas tenían la posibilidad de expresar la misma melodía al ser acariciadas por la mano del Padre del amor. 

Le encantaba a Benito volver a ser niño en ese juego del amor. Su consciencia actual le hacía valorar, admirar, apreciar, amar y reconocer a todas aquellas personas que, sin preguntarle nada, se lo dieron con toda su bondad y con toda su libertad. Ellos le enseñaron. Y, ahora, él quería, por responsabilidad, incorporarse a ese nivel donde entendía esa frase tan hermosa: 

“ten fe en tu hermano, pues la fe, la esperanza y la misericordia son tuyas para que las des”.

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