lunes, enero 9

EL MAR DEL AMOR EN NUESTRA PERCEPCIÓN

Darío estaba viendo, por primera vez, una explicación que deshacía muchas de sus incomprensiones de la vida. Desde su interior tenía una tendencia al amor, a ver con amor a las personas, a las situaciones, a los planes y a los objetivos. Sabía que dichos planes tendrían sus inconvenientes, sus detractores y sus críticos negativos. Pero, su inercia continuaba y el amor triunfaba. 

Ahora entendía un poco mejor ese juego de alternancias entre “miedos” y “amor”. Él sabía que el “miedo” atenazaba y paralizaba. Disminuía las energías y producía, en ocasiones, pesadillas por la noche. En cambio, el “amor” era un río que fluía con fuerza, descendiendo la montaña. Compartía su vida y su alegría. 

Eran dos sensaciones que parecían que vivían juntas, pero que, a la luz de aquellos renglones, eran dos experiencias que no tenían nada en común. La mente veía lo que le rodeaba desde dos puntos de vista totalmente separados, sin contacto, sin ningún punto de unión. Era como si estuviera nadando en dos mares totalmente únicos, y diferentes. 

El mar del amor tenía sus planteamientos, sus soluciones, sus juicios, sus perspectivas y sus propios recursos. El mar del “miedo” tenía sus planteamientos y se cargaba de razones para justificarse a sí mismo. Lo característico del caso era que el amor miraba más allá del miedo y, por tanto, no lo veía y, el “miedo” no podía ver el amor. 

Dos mares, aparentemente unidos, y, no obstante, sin ningún tipo de contacto. “La naturaleza del amor es contemplar solamente la verdad – donde se ve a sí mismo - y fundirse con ella en santa unión y en totalidad. De la misma forma en que el amor no puede sino mirar más allá del miedo, así el miedo no puede ver al amor”. 

“Pues en el amor reside el fin de la culpabilidad. Al depender el “miedo” de la culpabilidad, el “miedo” desaparece en el amor. El amor sólo se siente atraído por el amor. Al diluirse en el amor la culpabilidad, el amor no ve el “miedo”. 

“Al estar el “amor” desprovisto de ataque, es imposible que pueda temer. El “miedo” se siente atraído por lo que el amor no ve. Y ambos creen que lo que el otro ve no existe”. 

“Y cada uno de ellos envía sus mensajeros, que retornan con mensajes escritos en el mismo lenguaje que se utilizó al enviarlos”. 

“El amor envía a sus mensajeros tiernamente, y éstos retornan con mensajes de amor y ternura”. 

“A los mensajeros del miedo se les ordena con aspereza que vayan en busca de la culpabilidad, que hagan acopio de cualquier relato de maldad y de pecado que puedan encontrar sin que se les escape ninguno so pena de muerte, y que los depositen ante su señor y amo respetuosamente”.

“La percepción no puede obedecer a dos amos que piden distintos mensajes en lenguajes diferentes. El amor pasa por alto aquello en lo que el miedo se cebaría. Lo que el miedo exige, el amor ni siquiera lo puede ver. La intensa atracción que la culpabilidad siente por el miedo está completamente ausente de la tierna percepción del amor”. 

“Lo que el amor contempla no significa nada para el miedo y es completamente invisible”. 

Darío veía, con una claridad meridiana, las diferencias de los mensajes, de las conclusiones y de la recogida de datos basadas tanto en el amor como en el miedo. Se daba cuenta de la importancia de la consideración hacia los demás. Si los consideraba enemigos, el miedo tendría su festín. Si los consideraba amigos, el amor tendría su visión. 

Darío acababa de completar esa idea que pululaba en su mente. Si todos éramos Uno, éramos Hijos del Creador, si teníamos una misma fuente de unión, lo único que nos podía dar nuestra auténtica realidad era el amor. “El amor envía a sus mensajeros tiernamente, y éstos retornan con mensajes de amor y ternura”.

Darío se levantó. Miró el horizonte. Se dejó llevar por los latidos de su corazón. Empezaba a ver con claridad el mar que había elegido. Un mar de amplitud, de profundidad, de abrazos y de buenos sentimientos. Un mar donde, viendo al otro, se veía a sí mismo. Un mar que desconocía el miedo. “Ese mar era el suyo” – repetía Darío desde su fuente interior.

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