jueves, enero 5

MOMENTOS DE CLARIDAD

Carlos, sentado en aquella roca sobre el mar, pensaba y hablaba con las olas, que un viento sereno y tranquilo iba rizando alrededor suyo. La conversación con su amigo rondaba su cabeza y sus emociones iban subiendo y bajando según las diversas palabras que le llegaban de aquella alma herida.

Era algo que había experimentado en muchas ocasiones en su vida. En algunos momentos, ante un error, se había tachado de falso, imprudente, tonto, absurdo e irracional. Sin darse cuenta, magnificaba la situación. Se atacaba a sí mismo y se hacía todo el daño posible en esas emociones tan prestas a soportar el dolor. 

En cierta situación, había llegado a pensar que era una persona masoquista. Le gustaba ahondar, ahondar, ahondar en la herida con sucesivas repeticiones y sufrir, sufrir, sufrir, para satisfacer no sabía con certeza qué, pero se dejaba deslizar por una pendiente peligrosa. 

Ahora, ese vaivén lo estaba sintiendo su amigo. Los errores no eran elementos que nos tuvieran que herir de ninguna manera. Esa idea de la culpabilidad se metía en sus huesos y le daba cabida a todos los pensamientos absurdos de los que era capaz una cabecita desequilibrada. 

La conversación había calmado a su amigo. Las palabras y los alientos clarificadores de las ideas habían hecho su bien. Se había ido más tranquilo. Había puesto un poco de orden en esa mezcolanza teñida de autoataques, autocensuras, autoflagelaciones. La paz y la comprensión habían parado ese enorme carrusel interior. 

Carlos repasaba en su mente, ante el mar, lo importante que nos sentíamos en nuestros puntos altos y lo débiles que aparecíamos en nuestros puntos bajos. Una montaña rusa de sensaciones que era toda una irrealidad. Ni éramos tan altos en nuestros momentos de logros superiores, ni éramos tan bajos en nuestros errores. 

Todo radicaba en una falta de confianza personal muy acusada: “La razón de que tengas tan poca fe en ti mismo es que no estás dispuesto a aceptar el hecho de que dentro de ti se encuentra el amor perfecto”. 

“Y así, buscas afuera lo que no se puede encontrar afuera”. 

“Yo te ofrezco la perfecta fe que tengo en ti, en lugar de todas tus dudas”. 

“Pero, no te olvides de que la fe que tengo en todos tus hermanos tiene que ser tan perfecta como la que tengo en ti, pues, de lo contrario, el regalo que te hago sería limitado”. 

Carlos veía que esa confianza, esa fe, esa convicción del Maestro en nosotros, nos calmaba y nos hacía ver nuestro interior de una forma distinta. Y al vernos diferentes, veíamos también a los demás con una nueva luz. Así el error actuaba como un trampolín que nos quitaba los obstáculos para desarrollar esa fe en nosotros mismos. 

Dejaba el error como esa depresión personal que le atacaba. Lo consideraba como esa oportunidad de alcanzar la verdad de su alma. Sólo requería consciencia, mirada abierta, comprensión de lo sucedido, mucho amor por sí mismo en la corrección, mucho apoyo de sí mismo. 

El amor, en esos momentos, era un bálsamo de equilibrio que ponía todos los sentimientos en su auténtico lugar. Su mirada jugaba con los rizos de las olas, con la brisa del aire que cruzaba su cara, con los colores mezclados de las diferentes luces y con la alegría de su corazón, al encontrar esa paz que todo lo dulcificaba y solucionaba.

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