miércoles, enero 11

EL FIN DE LA CULPABILIDAD

Gonzalo leía con atención los mensajes que entraban en su teléfono. Las palabras “culpable” y “castigo” se repetían. Trataba de responder e indicarle a la otra persona que se había puesto en contacto con él, que no era culpable. Las personas podíamos tener equivocaciones. Pero, no éramos nunca culpables de nada. Las equivocaciones se corregían, se superaban y se olvidaban. Fueron momentos de incomprensión.

Pero, aquella personita joven se empeñaba en sentirse culpable por algunas de las acciones que había hecho. Eso le hacía sentir mal, muy mal. Después de unos diez mensajes, esa personita decidió llamar y escuchar la voz de Gonzalo. Y, de viva voz, le dijo que la culpabilidad no existía. Sólo los errores tenían cabida en nuestra vida. La paz, poco a poco, llenaba aquella cabecita joven y se tranquilizaba. 

Gonzalo se daba cuenta de la carga absurda que llevaban los humanos al sentirse “culpables”. Una carga sin sentido. Se confundía el error con la culpa y el castigo. Se confundía la “libertad” con la amenaza y la maldad. El mismo Creador había puesto esa cualidad de “libertad” en el interior de Sus Hij@s. Sin libertad no había amor. Sin libertad, no había naturalidad. Sin libertad, había miedo. 

Descubría un triángulo de personas que le clarificaba esa idea de libertad suprema. En un vértice estaba Jesús, en otro vértice, estaba Gonzalo, en el tercer vértice estaba el hermano por Creación. Así entendía la voz de Jesús hablándonos a cada uno personalmente: “Deja que yo sea para ti el símbolo del fin de la culpabilidad, y contempla a tu hermano como me contemplarías a mí”. 

El corazón de Gonzalo vibraba, se alegraba, se liberaba, gozaba. Era la primera vez que veía una solución alternativa al castigo, a la ejecución, a la destrucción, a la muerte: “contempla a tu hermano como me contemplarías a mí”. Una mirada que lo cambiaba todo, todo, todo. Ese era el camino de solución y no de condenación ni de culpabilidad. 

“Perdóname por todos los pecados que crees que el Hijo de Dios cometió. Y a la luz de tu perdón, él recordará quién es y se olvidará de lo que nunca fue. Te pido perdón, pues si tú eres culpable, también lo tengo que ser yo”. 

“Mas si yo superé la culpabilidad y vencí al mundo, tú estabas conmigo. ¿Qué quieres ver en mí, el símbolo de la culpabilidad o el fin de ésta? Pues recuerda que lo que yo signifique para ti es lo que verás dentro de ti mismo”. 

Gonzalo, en su libertad, tenía claro lo que deseaba ver dentro de él mismo. Su confianza plena en la falta de culpabilidad de aquella jovencita, a ésta le hizo mucho bien. Se tranquilizó. Recobró su paz. Empezó a dejar de inquietarse y de castigarse directamente. La voz de Gonzalo se repetía: “Los errores se superaban, se corregían y se olvidaban”. 

Eran hermosos regalos que salían de su corazón, de su mente, de su comprensión y de su verdad interior. Eran hermosos regalos para compartir. Hacían bien, quitaban problemas, se aquietaban las mentes y desaparecía esa mancha que todo lo enturbiaba. Gonzalo veía en Jesús el símbolo del fin de la culpabilidad. Así contemplaba a su hermano tal como contemplaría a Jesús.

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