viernes, enero 13

MENSAJES DE PODER

Benjamín estaba un poco sorprendido. Se estaba dando cuenta del poder enorme que tenían las palabras de ánimo que compartía con ciertas personas. Veía sus rostros responder de gozo. Observaba su corazón por las respuestas que recibía como un indicio del bien que habían hecho sus observaciones. Unas simples palabras parecían que tenían más poder del que se les daba. 

Recordaba, en su interior, la actitud de aquel maestro que tuvo en cierto instante de su vida que, al cruzarse con él en el trabajo, siempre tenía una expresión adecuada a alguna incidencia que había ocurrido. Solía destacar los elementos positivos. Solía felicitar por los logros. Solía animar por las aportaciones. Solía expresar con un golpe de mano en la espalda su sólido afecto. 

Encontrarlo en el camino era un deleite. Nunca te dejaba indiferente. Siempre, en su mente, el mecanismo de apoyo se desencadenaba. Unas cuantas palabras eran capaces de cambiar la actitud, un tanto ensombrecida, que en ocasiones tenía. No seguía la tendencia de comunicar hechos lamentables. No solía participar en la cadena de seguir con los reveses de la vida. 

Un rayo de luz siempre emergía y se desparramaba con los gestos, con la sonrisa, con los golpes en la espalda y con las palabras animadoras que duraban todo el día. Benjamín ciertamente lo agradecía. Reconocía que toda la vida estaba sustentada en emociones, en inquietudes, en escollos para superar. Para ello, siempre una buena actitud y una buena mano amiga daban mucho descanso y mucha paz. 

Ser consciente del bien que hacían esas palabras le llenaba el corazón a Benjamín. No consideraba ninguna pérdida de tiempo dejar unos cuantos versos en la mesa de la secretaria. Esbozar unos saludos animadores en el whatsap. Decir unas palabras de valoración del esfuerzo de las personas que trabajaban a su alrededor. 

Llamar a la recepcionista para que le comunicara con alguien y decirle, antes que todo, que su día era una luz para la gente que contactaba. Era un drenar las relaciones con esos ungüentos de paz, de cariño, de auténtico afecto. Era despertar ese horno hirviendo de ilusiones que todos llevábamos dentro. Era sentirnos parte de un equipo estupendo y delicioso. 

Y esa idea le llenaba totalmente. La idea de soledad desaparecía. La idea de aislamiento se borraba. Todos, todos, unidos en un mismo objetivo, en un mismo proceso, en una misma tarea de alegrarnos, con sencillez, ese inicio de día. Eso les hacía bien a nuestros padres, a nuestra familia. Les alegraba el rostro a nuestros compañeros de trabajo. 

Lo esperaban nuestros amigos. Esperaban nuestra llamada, nuestro mensaje o nuestro e-mail. Comunicados, vibrando juntos, sintiendo juntos, alegrándonos juntos, compartiendo juntos. Era una manera sencilla de sentirnos todos uno. Era una manera eficaz de alegrarnos nosotros mismos alegrando a los demás. La fórmula estaba bien definida: si no alegro a los demás, no me alegro a mí mismo. 

Un misterio, un poder, una maravilla en nuestras manos. No somos materia, somos energía. La materia es energía. Así la vibración de unas palabras dichas con nuestro mejor encanto entroncaba con esa energía y hacía vibrar con fortaleza todos los cimientos de nuestra vida sustentada por la energía. 

Benjamín iba descubriendo, con ilusión, que las palabras tenían poder. Unas palabras de cariño tenían mucho más poder. Unas palabras de amor tenían el poder supremo. Unas palabras de apoyo tenían el poder de sacarnos de nuestro hoyo personal. Eran la mejor medicina para curar nuestros males interiores. 

Con esos pensamientos en mente, Benjamín iba llenándose de ilusión, llenándose de entusiasmo, llenándose de verdad. Nunca faltarían, en sus labios, esas palabras de su gran maestro. Siempre tendría para cada persona, el comentario positivo, maravilloso y de felicitación que él había recibido en una etapa preciosa de su vida.

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