Lucas se entretenía en su mente con esas tres palabras: ganar, perder, quedarse igual. A lo largo de sus experiencias, había pasado por las tres. Momentos donde la ganancia iba viento en popa. Otros, donde la pérdida había hecho su apariencia. Y la continuación de la situación tal cual como estaba. Los sentimientos que le habían acompañado en esas diferentes situaciones habían sido muy dispares.
Como un elemento automático, la ganancia era ilusionante y llena de entusiasmo. La tristeza inicial acompañaba a las pérdidas. La indiferencia a lo que no cambiaba. Parecía que era como una hoja al viento, llevada por los caprichos de los aires. Al menos, así lo apreciaba desde su interior. Le costó aceptar que esas experiencias las construía él mismo en su ser.
Algunas aparentes pérdidas, se tornaron en hermosas sabidurías. Algunas aparentes victorias, en soledades personales. Admitió que la sabiduría no había estado en la consideración de esas experiencias. Todo en la vida tenía un significado estupendo para nosotros si sabíamos leerlo. Se sentía como un niño que no había aprendido a leer las incidencias de la vida.
“La creencia de que es posible perder no es sino el reflejo de la premisa subyacente de que Dios está loco. Pues en este mundo parece que alguien tiene que perder porque otro ganó. Si esto fuese cierto, entonces Dios estaría loco”.
“Mas ¿qué es esa creencia sino una forma de la premisa más básica según la cual, - El pecado es real y es lo que rige al mundo - ? Por cada pequeña ganancia que se obtenga, alguien tiene que perder, y pagar el importe exacto con sangre y sufrimiento. Pues de lo contrario, el mal triunfaría y la destrucción sería el costo total de cualquier ganancia”.
“Tú que crees que Dios está loco, examina esto detenidamente y comprende que, o bien Dios es demente o bien es esto lo que lo es, pero no ambos”.
Lucas se fijaba en las experiencias de su familia. ¡Cuántas veces las alegrías y las ganancias de algunos de los miembros se tornaron en alegría y ganancia de los demás! Todos pudieron compartir alegría y felicidad sin fin. Nadie tuvo que sufrir ni pagar nada de contrariedad. Ese era el mundo de Nuestro Padre Celestial. Y ese era nuestro mundo real.
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