martes, mayo 23

LA FUENTE NOS DEFINE

Gonzalo estaba contento con lo que estaba leyendo. Deshacer errores y encontrar los caminos adecuados le daban alegría, paz y entusiasmo. Se dejaba llevar por esos renglones que sus ojos seguían con mucho interés. Los leía despacio para no perder nada de su significado, de su verdad, de su claridad y, sobre todo, de su comprensión. 

“Examinemos en qué consiste el error, a fin de que pueda ser corregido, no encubierto. El pecado es la creencia de que el ataque se puede proyectar fuera de la mente en la que se originó la creencia. Aquí la firme convicción de que las ideas pueden abandonar su fuente se vuelve real y significativa. Y de este error surge el mundo del pecado y del sacrificio”

“Este mundo es un intento de probar tu inocencia y, al mismo tiempo, de atribuirle valor al ataque. Su fallo estriba en que sigues sintiéndote culpable y no entiendes por qué. Los efectos se ven como algo aparte de la fuente, y no parece que puedas controlarlos o impedir que se produzcan”. 

“Causa y efecto no son dos cosas separadas, sino una sola. Dios dispone que aprendas lo que siempre ha sido verdad: que Él te creó como parte de Sí Mismo y que esto no puede sino seguir siendo verdad porque las ideas no abandonan su fuente”. 

“Y creer que las ideas pueden abandonar su fuente es tratar inútilmente de hacer que las falacias sean verdad”. 

Gonzalo se quedaba sin palabras. Entendía muy bien que las palabras altaneras siempre procedían de una mente prepotente. Las palabras llenas de rencor procedían de una mente rencorosa. Palabras llenas de envidia describían a una mente envidiosa. Ataques de condena sobre los demás abrían una mente que se condenaba a sí misma. 

Las palabras expresaban lo que era la fuente. No había separación entre la manifestación verbal y el pensamiento de la mente. Si las palabras tenían poder de atacar y herir a los demás, tenían poder para atacar y herir a la misma fuente. Mas bien, dejaban traslucir al exterior lo que la fuente pensaba y que se había tenido oculta ante los demás. 

Gonzalo sonreía. Se aquietaba. Veía la luz del camino. Se alegraba de encontrar el argumento sólido que le decía que debía tener un cuidado especial con su mente, con sus pensamientos, con sus palabras y con las combinaciones personales de las ocurrencias de su fuente.

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