miércoles, mayo 3

SUEÑOS INTERNOS PROYECTADOS

A Daniel le encantaba soñar. Se sumergía en las creaciones de amor en su interior y le encantaba caminar entre ellas. Era como un curarse de las heridas duras y soeces de la vida diaria. Su alma, pensaba, estaba hecha para el amor, para la expresión de lo mejor del ser humano. Su sonrisa siempre estaba presta para compartirla con un rostro amable. 

El agradable intercambio de pareceres, opiniones, respetos y agradables ambientes le salían sin darse cuenta. Era una nobleza, era un encanto, era una inflexión de todas las melodías de su corazón. Dentro de él, gozaba. Dentro de él, se entendía. Dentro de él, inmensamente vivía.

Amor, belleza, intercambio, respeto, admiración, paciencia y sutileza. Todo se aunaba en aquel texto que se deslizaba por sus ojos y se parecía a una de esas sesiones amorosas que en su interior soñaba y se deleitaba: “La gracia de Dios descansa dulcemente sobre los ojos que perdonan, y todo lo que éstos contemplan le habla de Dios al espectador”. 

“Él no ve maldad, ni nada que temer en el mundo o nadie que sea diferente de él. Y, de la misma manera en que ama a otros con amor y con dulzura, así se contempla a sí mismo. Él no se condenaría a sí mismo por sus propios errores tal como tampoco condenaría a otro”. 

“No es un árbitro de venganzas ni un castigador de pecadores. La dulzura de su mirada descansa sobre sí mismo con toda la ternura que les ofrece a los demás. Pues sólo quiere curar y bendecir. Y puesto que actúa en armonía con la Voluntad de Dios, tiene el poder de curar y bendecir a todos los que contempla con la gracia de Dios en su mirada”. 

Daniel realmente soñaba. Se preguntaba si estaba soñando o estaba viviendo la realidad. Se daba cuenta de que cada uno soñaba el mundo que pensaba. Nadie vivía la realidad. Cada persona se creaba en su mente y en sus relaciones ese mundo de desconfianza o confianza, de amistad o enemistad, de amor o de indiferencia que vivía en su interior. 

Cada uno proyectaba al exterior ese mundo que vivía dentro de sí. Por ello, Daniel cuidaba mucho su mundo interior. Lo que veía en el mundo exterior era una proyección suya. Al ver a cada persona, le compartía ese encanto que en su interior vivía, gozaba y sonreía. Hermosa visión que hacía el cielo subía.

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