Abel estaba con la idea de que creamos nuestro propio mundo. Era una idea que había escuchado en diversas ocasiones. Somos los creadores de nuestra propia vida, de nuestras propias posibilidades. Ideas que le hacían vibrar su corazón, pero que encontraba dificultades en aceptarlas como reales. Eran más bien, anhelos internos dentro de cada uno, pero no se cumplían.
Abel después de sus años de experiencia, las veía un tanto diferentes. Recordaba los consejos sabios de su madre. No todos estaban acertados, pero algunos de ellos le evitaron muchos problemas. Valoraba las opiniones buenas de los amigos. Habían sido buenos pilares en su vida. Las había escuchado y las había aceptado con toda su alma.
En muchos momentos de su vida, admitía que no tenía todos los conocimientos oportunos. Pero, la gente de bien, la gente que nos quería nos orientaba muy bien. Era un hermoso trabajo en equipo. Muchos de sus alumnos le pidieron opinión, consejo, orientación y ayuda. Trató de hacer lo mejor. Los apreciaba y los amaba. Les compartía lo mejor de su corazón.
Con ellos, aprendió la libertad de aceptar las orientaciones. Con ellos, entendió mucho mejor esa obra creadora que cada uno hacía con su vida. En su libertad aceptaban, cambiaban u obviaban lo que les decía. La libertad era suprema. Así se dio cuenta de que realmente cada uno se va construyendo su vida. Algunos hacían caso omiso de sus pensamientos, de los consejos que recibía y de las orientaciones que les compartían.
Con todo eso, iban trazando su camino. Se iban empeñando en un rumbo y se decidían a luchar por sus objetivos. Con esas ideas iba clarificando el parrafo que leía: “La ley básica de la percepción es “te regocijarás con lo que veas, pues lo ves para regocijarte”. Y mientras creas que el sufrimiento y el pecado te pueden proporcionar alegría, seguirán estando ahí para que los veas”.
“Tú que eres el hacedor de un mundo que no es cierto, descansa y halla solaz en otro mundo donde mora la paz. Ése es el mundo que le llevas a todos los ojos fatigados y a todos los corazones desfallecidos que contemplan el pecado y entonan su triste estribillo”.
“De ti puede proceder su descanso. De ti puede surgir un mundo cuya contemplación los hará felices y donde sus corazones estarán rebosantes de dicha. De ti procede una visión que se extiende a todos ellos, y los envuelve con dulzura y luz”.
“Y en ese creciente mundo de luz, las tinieblas que ellos pensaban que estaban ahí, se desplazan hasta convertirse en sombras lejanas y distantes, que no se recordarán por mucho tiempo una vez que el sol las haya desvanecido. Y todos sus pensamientos malvados y todas sus esperanzas pecaminosas, sus sueños de culpabilidad y venganza despiadada, y todo deseo de herir, matar y morir, desaparecerán ante el sol que tú traes contigo”.
Abel se quedaba sin pensamientos. Cada uno podía crear ese mundo. Y cada uno podía crear ese cielo. Cada uno podía crear ese espacio donde su presencia y su luz alcanzaba todos los rincones oscuros de las tristezas del alma humana. Abel se asombraba.
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