viernes, mayo 19

CAMBIAR EL ODIO POR PERDÓN ES RESURRECCIÓN

Luis recordaba su primera lección de resurrección que tuvo con su director del colegio. Estaban hablando de la función del castigo. Su director le decía que el castigo tenía por objetivo el cambio de pensamiento, el cambio de visión, el cambio de actitud. El castigo en sí no tenía ningún sentido. 

Luis había experimentado el castigo en su propia persona. Lo había visto aplicar a varios de sus compañeros. La secuencia era inevitable. Equivocación o actitud inaceptable seguida por el castigo oportuno. Una unión que estaba muy grabada en su corazón. El planteamiento de su director ante sus primeras clases como profesor le empezaron a romper el esquema. 

Había ocurrido un incidente. Uno de los estudiantes mayores estaba en cuestión. El director había hablado con él. La actitud del muchacho era noble, aceptaba el castigo, reconocía su error y tenía clara su equivocación. Ante dicha actitud el director propuso no castigarle. El objetivo del castigo se había cumplido. ¿Qué función tenía, entonces, el castigo?

Luis dudaba en su interior. Era romper la secuencia que siempre había visto. Sin embargo, aceptaba la razón de su director. Se preguntó a sí mismo si siempre y en todo momento, a pesar de cambiar la actitud, el castigo se tenía que producir. 

Si el castigo era un medio pedagógico de enseñanza, tenía sentido. Si el castigo se erigía como una condenación de sufrimiento por sí mismo sin ningún otro objetivo, no tenía ningún lugar en el proceso de aprendizaje. Era más bien un acto de venganza que de enseñanza. Luis se quedó un tanto perplejo ante esa última definición que lo hacía temblar. 

“¿Cómo iba a permitir Dios que Su Hijo se extraviase por un camino que es sólo la memoria de un instante que hace mucho que pasó? Un terrible instante de un pasado lejano que ha sido completamente corregido no es motivo de preocupación ni tiene valor alguno”. 

“Deja que lo muerto y lo pasado descansen en el olvido. La resurrección ha venido a ocupar su lugar. Y ahora tú eres parte de la resurrección, no de la muerte. Ninguna falacia del pasado tiene el poder de retenerte en un lugar de muerte”. 

Luis se daba cuenta del proceso de resurrección que se desarrollaba en la vida diaria de las personas. Cambiaban los odios y rencores que conducían a la muerte por el perdón y el amor que provocaban la resurrección. La resurrección de una persona nueva, distinta, comprensiva, abierta al amor y a la aceptación de todos. 

No había castigo en este mundo que pudiera provocar la resurrección. El cambio de mentalidad, de ideas, de actitud, de visión, siempre venía de una mano amorosa y llena de poder que traía consigo una nueva mirada y una completa nueva dirección del alma. 

Luis aprendía que el castigo per se no traía nada. La mano amorosa del perdón provocaba la resurrección. Nada más la motivaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario