sábado, mayo 13

NADIE MERECÍA PERDER

Esteban caminaba por un nuevo sendero de pensamiento que le estaba haciendo mucho bien. Estaba entrando en la comprensión de que nadie le podía ofender si el entendía a la persona y comprendía que toda ofensa provenía de su propio miedo y de su propio pensamiento. Eso le había liberado. Toda palabra mal dicha hacia su persona tenía la sonrisa comprensiva en su mirada. 

Reconocía que anteriormente había sido una persona rígida que debía velar porque nadie se atreviera a ponerle en entredicho ni en duda. Y esa rigidez era la que veía ataques de los demás contra los que debía reaccionar. La reacción se había terminado. Sabía que las personas tranquilas y equilibradas eran excelentes y maravillosas. Ellas no proferían palabras inconvenientes. 

Toda palabra hiriente provenía de un alma llagada, sufriente y molesta. Esteban en lugar de fijarse en la palabra hiriente que le llegaba, ponía su atención en la persona que la había expresado. Su comprensión, su cariño, su amor era el regalo para aquella alma molesta que le pedía amor y atención y por eso se enfadaba. 

Esteban iba adentrándose en esa actitud tan maravillosa. “Nadie merece perder. Y es imposible que lo que supone una injusticia para alguien pueda ocurrir. La curación tiene que ser para todo el mundo, pues nadie merece ninguna clase de ataque”. 

“¿Qué orden podría haber en los milagros, si algunas personas mereciesen sufrir más y otras menos? ¿Y sería esto justo para aquellos que son totalmente inocentes? Todo milagro es justo. No es un regalo especial que se les concede a algunos y se les niega a otros, por ser estos menos dignos o estar más condenados, y hallarse, por lo tanto, excluidos de la curación”. 

“¿Quién puede estar excluido de la salvación, si el propósito de ésta es precisamente acabar con los que se creen mejor que otros? ¿Dónde se encontraría la justicia de la salvación, si algunos errores fuesen imperdonables y justificasen la venganza en lugar de la curación y el retorno a la paz?”

Esteban iba viendo la senda derecha de la justicia, del amor, de la verdad, y de la universalidad. La conclusión le iba quedando clara: Nadie merecía perder.

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