Rafa dejaba que aquellos pensamientos se deslizaran por su cabeza. Sus ojos los leían y su conciencia los discernía: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto que hace salir el sol sobre los que consideráis justos e injustos, y deja caer la lluvia sobre los que consideráis malos y buenos”. Todo un desafío para los humanos eso de “ser perfectos como el Padre Celestial”.
Hacía tiempo que había aprendido que toda propuesta del Padre Celestial era una posibilidad que podíamos llevar a cabo. No era una misión imposible. Podíamos hacerlo sin ningún problema, sin ningún esfuerzo especial. Algunos, según nuestra relación con ellos, podían cambiar la consideración de buenos a malos y de malos a buenos.
Por ello, la justicia de brillar el sol sobre todos. Esas consideraciones cambiaban y, en ocasiones, eras confusiones nuestras. La solución estaba clara: sol para todos. Y lo mismo pasaba con la lluvia. Lo más certero era dejar caer la lluvia sobre cada persona. Cada uno en su corazón decidía, desde su libertad, utilizar esas bendiciones como positivas o negativas.
Rafa veía que era toda una metodología de aprendizaje, de enseñanza, de transformación interna. Nosotros siempre metidos en quiénes eran merecedores de eso o aquello. La verdad era que no podíamos hacer diferencias ni distinciones.
“A menos que pienses que todos tus hermanos tienen el mismo derecho a los milagros que tú, no reivindicarás tu derecho a ellos, al haber sido injusto con otros que gozan de los mismos derechos que tú. Si tratas de negarle algo a otro, sentirás que se te ha negado a ti. Si tratas de privar a alguien de algo, te habrás privado a ti mismo”.
“Es imposible recibir un milagro que otro no pueda recibir. Sólo el perdón ofrece milagros. Y el perdón tiene que ser justo con todo el mundo”.
Rafa iba captando esa metodología. Era una forma de ser. Era una forma de funcionar la mente y la misma biología. Quién creó el cuerpo conocía muy bien su funcionamiento. Buscando el bien del otro, entrabas en la órbita de recibir el bien tuyo. Dando el apoyo al otro, abrías todo tu sistema nervioso a recibir ese apoyo a través de tus venas y de los genes de tu existencia.
Era una maravilla seguir las lecciones de nuestro Creador. Todos unidos como Hijos Suyos sin ninguna fisura, sin ninguna separación.
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