Marcos se quedó suspenso frente a aquel pensamiento que acababa de leer. Eran unas líneas que había encontrado en el célebre libro de la Cabaña. La inmensidad que abarcaba la propuesta le impedía continuar con la lectura. Quería seguir leyendo. Quería comprender más, mucho más, pero, a la vez, no podía continuar.
Cierta sensación de plenitud invadía su cuerpo. Una parada tranquila llena de quietud lo invadía. La propuesta bien lo merecía. Poco a poco iba reponiéndose de aquellos instantes de parada de su mente. El texto decía así: “Hablando en serio, mi vida no fue destinada a ser un modelo a seguir. Ser mi seguidor no es tratar de "ser como Jesús"; significa poner fin a tu independencia”.
“Yo vine a darte vida, vida real, mi vida. Nosotros llegaremos y viviremos nuestra vida dentro de ti, para que empieces a ver con nuestros ojos, y a oír con nuestros oídos, y a tocar con nuestras manos, y a pensar como nosotros lo hacemos. Pero nunca te impondremos esa unión. Si tú quieres hacerlo solo, hazlo. El tiempo está de nuestra parte”.
Marcos le costaba reaccionar. La comprensión nueva de la frase “ser como Jesús” le desarboló. La idea de poner fin a nuestra independencia personal era algo tan nuevo, tan novedoso, tan auténtico y tan maravilloso que no acertaba a encontrar nada en su interior que lo confirmara ni lo negara.
Por una parte, se sentía tranquilo, seguro. Una propuesta de Jesús siempre era una bienvenida a una realidad nunca considerada por nosotros. Jesús, Su Padre y el Espíritu Santo podían vivir dentro de nosotros. No era una fantasía. Era una realidad.
La idea de soledad desaparecía. Al considerar que dentro de nosotros estaba la Divinidad junto con nuestros pensamientos y nuestras decisiones, nos hacía considerar que cada elemento de nuestra vida era la charla afable con Jesús en cada situación del cotidiano vivir.
Marcos iba adquiriendo aquella novedad. Siempre había decidido por sí mismo. Ahora, debía ir acostumbrándose a contar con Jesús en su mente, en sus ojos, en sus ideas y en sus opiniones. La idea de compañía le atrajo mucho a Marcos. La idea de reflexión personal le abría nuevas ventanas.
Finalmente agradecía a la Divinidad el tremendo respeto que le ofrecía. No entraría en nuestra casa sin nuestro permiso. Con esas credenciales, era un honor sentirse junto a Su Creador en su propia casa. Marcos veía que ya no caminaría solo el resto de sus días.
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