David había sido sorprendido por esa fuerza interior de la independencia personal. Una independencia que lo hacía funcionar tal como él deseaba. Esa idea de separación se mezclaba con las ideas trascendentes. Recordaba a uno de sus directores, al que apreciaba mucho, la repetición de una idea que iba en contra de esa independencia: “Nadie vive para sí, nadie muere para sí”.
En muchos contextos la repetía. En diversas reflexiones la subrayaba. La influencia entre los humanos era importante. David creía que no debía dar razón en la vida más que de sí mismo. No se daba cuenta de que su ejemplo llegaba a influir en personas de su entorno. Y, ahora recientemente, descubría que su camino de superación pasaba por la consideración que él hacía de los demás.
Desde un punto de vista práctico, era la regla más adecuada para conocerse personalmente. “No puedes aceptar a todos y rechazar a uno. Ese uno te hace rechazar a todos”. Ese uno te dice que todavía no estás preparado. David pensaba. Así se adentraba con aquellas ideas: “El Hijo de Dios sólo te pide esto: que le devuelvas lo que es suyo, para que así puedas participar de ello con él”.
“Por separado, ni tú ni él lo tenéis. Y así no os sirve de nada a ninguno de los dos. Pero si disponéis de ello juntos, os proporcionará a cada uno de vosotros la misma fuerza para salvar al otro y para salvarse a sí mismo junto con él. Si lo perdonas, tu salvador te ofrece salvación. Si lo condenas, tu condenación te ofrece la muerte. Lo único que ves en cada hermano es el reflejo de lo que elegiste que él fuese para ti”.
“Si decides contra su propia función – la única que tiene en realidad – lo estás privando de toda la alegría que habría encontrado de haber podido desempeñar el papel que Dios le encomendó. Pero no pienses que sólo él pierde el Cielo. Y éste no se puede recuperar a menos que le muestres el camino a través de ti, para que así tú puedas encontrarlo, caminando con él”.
David veía que sus ideas se cambiaban totalmente. La salvación no era cosa de uno solo con Dios. La salvación era una empresa conjunta entre todos los hijos de Dios. Ese soniquete de su director decía la verdad: “nadie vive para sí, nadie muere para sí”. David cerraba los ojos y se dejaba llevar por las luces de su corazón que abrazaban al mundo entero.
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