Sebas no podía olvidar la conversación que había tenido con su amigo. Había metido la pata. Había hecho daño sin quererlo. Su corazón se culpaba y se condenaba. Trataba de minimizar las consecuencias de su acto irresponsable. Hacía todo lo que podía y se entregaba a colaborar abiertamente. Todos le agradecían su actitud y su disposición.
Todos estaban contentos con él a pesar de todo. Era un ejemplo de aceptación de las equivocaciones que cometíamos. Pero, siempre había una mano amiga para ayudarnos a salir adelante. Y eso, su amigo lo notaba, lo agradecía, lloraba y lo hacía estar dividido. Por una parte, estaba lleno de gratitud, por otra, le hacía sentir mucho peor.
Se daba cuenta de lo malvado que había sido. Ante aquellas personas generosas no podía devolverles nada. Se sentía malvado, se sentía sin derecho de aceptación, se sentía que todo lo malo que le dijeran, él se lo merecía. Había sido un estúpido. Era un deshecho. Se culpaba y se condenaba sin ninguna consideración.
Sebas trataba de comprender a su amigo. La dureza de juicio que había utilizado contra los demás, se le revolvía en su interior y se condenaba a sí mismo. Se exigía una perfección que debía haber mostrado y realizado. Todo se había acabado. Sebas pensaba que el ser humano era implacable consigo mismo. Todo un error. La propia condena no solucionaba nada. Lo único que pedía el error era la superación.
“Piensa, entonces, cuán grande será tu liberación cuando estés dispuesto a dejar que todos tus problemas sean resueltos. No te quedarás ni con uno solo de ellos, pues no desearás ninguna clase de dolor. Y verás sanar cada pequeña herida ante la benévola visión del Espíritu Santo”.
“Pues todas ellas son pequeñas para Él, y no merecen más que un leve suspiro de tu parte antes de que desaparezcan del todo y queden por siempre sanadas y en el olvido”.
“Lo que una vez pareció ser un problema especial, un error sin solución o una aflicción incurable, ha sido transformado en una bendición universal. El sacrificio ha desaparecido. Y, en su lugar, se puede recordar el Amor de Dios, el cual desvanecerá con Su fulgor toda memoria de sacrificio y de pérdida”.
Sebas se daba cuenta de que el problema no estaba en nuestro Creador, estaba en nosotros. Se situaba en nuestro orgullo, en nuestra dura condenación y en nuestra falta de generosidad con nosotros mismos. Así al ser comprensivo y generoso con los demás, podíamos serlo con nosotros mismos. La frase sonaba en su mente: “Cuando estés dispuesto que todos tus problemas sean resueltos”.
Sebas sufría por su amigo por su falta de comprensión así mismo y por su falta de perdón.
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