Marce se debatía en un dilema que acababa de descubrir. Los humanos tildaban de natural ciertas actitudes y de antinatural ciertas otras. Pero, cuando profundizaba en aquellas naturales se quedaba pensativo y un halo de tristeza cruzaba su alma porque lo natural era siempre desagradable y doloroso.
Lo antinatural tenía ese tono extraordinario capaz de ser llevado a cabo por almas nobles y extraordinarias que destacaban en la muchedumbre. En esos momentos los latidos del alma se aceleraban porque conectaban con los mejores deseos del corazón humano.
La experiencia había dejado esas huellas en el alma de Marce. Ahora se daba cuenta de que la repetición de esos juicios de natural o antinatural había modelado su comprensión de las cosas. Al leer las ideas que tenía delante de sí, ese conflicto se ponía en evidencia.
“Usar el poder que Dios te ha dado como Él quiere que se use es algo natural. No es arrogancia ser como Él te creó ni hacer uso de lo que te dio como respuesta a todos los errores de Su Hijo para así liberarlo”.
“Pero sí es arrogancia despreciar el poder que Él te dio y elegir un nimio e insensato deseo en vez de lo que Su voluntad dispone. El don que Dios te ha dado es ilimitado. No hay circunstancia en la que no se pueda usar como respuesta ni problema que no se resuelva dentro de su misericordiosa luz”.
Marce veía que se tenía que conectar otra vez con la fuente de la vida, la fuente del amor, la fuente creadora. La Divinidad lo había hecho. La Divinidad lo había conformado. La Divinidad lo había diseñado. Una parte divina anidaba en su interior. Lo que Dios creaba era eterno. Por tanto, era natural descubrir esa faceta del ser humano.
La libertad del hombre le había dado la oportunidad de rechazar ese elemento divino. Poner otros propósitos e ideas dentro de cada persona. Era una creación del hombre. Pero esa creación no era eterna. La creación de Dios sí lo era. Por ello nos recordaba: “Usar el poder que Dios te ha dado como Él quiere que se use es algo natural”.
Sustituir ese poder por el poder creado por el hombre era arrogancia o antinatural. Las consecuencias nos decían que la separación de Dios no nos hacía nada bien. Lo natural era aceptar nuestro origen y nuestra unión con nuestra fuente creadora, con la bondad que todo lo comprendía y lo abarcaba, con el amor que todo lo podía y lo transformaba.
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