sábado, mayo 27

SÓLO SE PODÍA AGRADECER CON AMOR

Abel tenía en mente las palabras que aquel joven muchacho le había dicho. Reconocía el citado joven que la relación era excelente. Admitía la ayuda que recibía y sabía que le estaba haciendo mucho bien en las reflexiones que compartían. Era una nueva forma de ver la vida, de considerar las dificultades y de comprenderse a uno mismo. 

Estaba muy agradecido. Pero, a la vez, se sentía un tanto frustrado. Recibía, según él, mucho, pero no podía ofrecer nada a cambio. Abel pensaba en esa idea de contraprestación que teníamos los humanos. “Tú me das algo y yo te ayudo en otra circunstancia”, era el pensamiento de la mente humana. Una manera de restablecer el equilibrio entre dar y recibir. 

Esa mentalidad se tenía incluso con el Eterno. Se le ofrecían sacrificios por nuestra parte, por ejemplo, levantarse cada mañana a las cuatro y ponerse en meditación. A cambio de esa entrega, se le pedían ciertas necesidades para conseguir cierto punto en la realización según nuestro pensamiento. Era una relación de dar y recibir, sacrificarse y pedir. 

Abel no llegaba a entenderlo. No llegaba a entender a aquel joven. La mentalidad de un niño no entraba en esos pensamientos. Vivía su vida. Recibía todas las atenciones de sus padres. No se planteaba devolverles a sus padres su sacrificio personal para agradecerles toda su entrega. El niño agradecía con su amor el amor solícito de sus padres. 

Y ese amor ofrecido al Padre eterno es lo máximo que podíamos compartir. El amor lo era todo. Nada que perturbara ese amor podía conseguir nada. Sería totalmente inútil. La lectura de aquellas líneas le ayudaban sobremanera: “El milagro es posible cuando causa y consecuencia se traen frente a frente, no cuando se mantienen aparte”. 

“Curar un efecto y no su causa tan sólo puede hacer que el efecto cambie de forma. Y esto no es liberación. El Hijo de Dios jamás se podrá contentar con nada que no sea la completa salvación y escape de la culpabilidad, pues, de otro modo, seguirá exigiéndose a sí mismo alguna clase de sacrificio, negando así que todo es suyo, y que no es susceptible de ninguna clase de pérdida”. 

Abel se reafirmaba en su pensamiento y en sus orientaciones. La idea básica del Eterno era vivir el amor en nuestra vida, en nuestras relaciones, con nuestros conocidos, amigos y familiares. Y ese amor estaba concedido cuando cualquier inconveniente lo superábamos con amor. No se podía superar ningún inconveniente con ningún sacrificio. 

Y máxime, cuando ese sacrificio no conllevaba en sí mismo la idea básica del amor. Sin amor no había salvación completa. Por ello, todo revés que se nos presentara en nuestra vida, debía superarse con la visión del amor, con la actitud del amor, con la aplicación del amor. Nunca un sacrificio podía reemplazar al amor. 

La causa (falta de amor) se solucionaba con la consecuencia (cambiar la falta de amor por amor). Causa y consecuencia se daban la mano en el amor.

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