Darío lidiaba con el concepto de perdón. En algunos momentos cuando pensaba las situaciones donde debía ejercer el perdón sentía que perdonar era perder su razón interior. Por ello, entendía a muchas personas que no daban su brazo a torcer y no perdonaban porque se sentían llenos y seguros de sus razones interiores.
Perdonar era algo así como dejar de tener razón. Y el que perdonaba era un ser débil inseguro de su posición. Eran sentimientos que habían pasado a lo largo de su vida en ese terreno delicado y no abierto a la comprensión. Había algo que cambiaba y estaba empezando a dibujarlo en su mente. En Jesús el perdón era natural.
Normalmente se atribuía a su divinidad y eso lo alejaba de nosotros. Sin embargo, el perdón entraba de lleno en la comprensión de la persona. No se trataba de ser generoso con la otra persona en absoluto. Tenía que ver con un concepto totalmente distinto de la situación. Si esa diferencia de concepto no llegaba, el perdón se hacía imposible.
El perdón era restablecer el equilibrio que se había roto entre dos personas por equivocaciones, confusiones y actitudes equivocadas. Todo ese cúmulo de diferencias se dilucidaban en la capacidad que teníamos de equivocarnos y en la capacidad que teníamos de reconocer nuestros errores. Era una pareja que no se apartaba de nuestra experiencia en la vida.
Equivocación, error, reconocimiento del error. Todos nos podíamos equivocar. Por ello, no había humillación a nadie, generosidad a nadie, grandeza de nadie, era lo natural en nuestro camino de aprendizaje en la vida. Era restablecer el equilibrio de la verdad entre los dos. Ese concepto, le atraía a Darío y veía la solución de un modo más claro.
“El perdón elimina lo que se interpone entre tu hermano y tú. El perdón es el deseo de estar unido a él y no separado. Lo llamamos “deseo” porque todavía concibe otras opciones, y aún no ha trascendido enteramente el mundo de las alternativas”.
“Aun así, está en armonía con el estado celestial y no se opone a la Voluntad de Dios. Y aunque no llega a darte toda tu herencia, elimina los obstáculos que has interpuesto entre el Cielo donde te encuentras, y el reconocimiento de donde estás y de lo que eres. Los hechos no cambian”.
¿Quién podría arrogarse la falsedad de que nunca se equivocaba? ¿Quién podría afirmar que no necesitaba ser comprendido en sus equivocaciones? Todos pasábamos por ese filtro humano ennoblecedor. Aprendíamos superando errores, descubriendo errores, las consecuencias de los errores y las experiencias de los errores.
Comprendernos y desear estar juntos era lo realmente maravilloso. Una mano siempre ofrecida con la comprensión de nuestro personal aprendizaje. Una actitud de reconocer nuestro camino.
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