domingo, agosto 20

CADA UNO CREA SUS PROPIOS MIEDOS

Benito empezaba a comprender que el concepto de la vida se parecía mucho a los espejismos que se presentaban ante nuestros ojos en forma de imágenes. Eran imágenes que nuestros ojos captaban. Pero todos sabíamos que no eran reales. No eran auténticas. No existían. Estaban allí por los deseos internos de nuestro corazón y de todos nuestros sentidos. 

Una definición a la que le daba vueltas Benito: “percepción engañosa que despierta una expectativa que con el paso del tiempo se comprueba que fue infundada”. Ese concepto de espejismo vislumbraba que se podía aplicar también a nuestro concepto de la vida. 

“El milagro establece que estás teniendo un sueño y que su contenido no es real. Éste es un paso crucial a la hora de lidiar con las ilusiones, falacias o engaños. Nadie tiene miedo de ellas cuando se da cuenta de que fue él mismo quien las inventó”. 

“Lo que mantenía vivo al miedo era que él no veía que él mismo era el autor del sueño y no una de sus figuras. Él se causa a sí mismo lo que sueña que le causó a su hermano. Y esto es todo lo que el sueño ha hecho y lo que le ha ofrecido para mostrarle que sus deseos se han cumplido”. 

“Y, así, él teme su propio ataque, pero lo ve venir de la mano de otro. Como víctima que es sufre por razón de los efectos del ataque, pero no por razón de su causa”. 

“No es el autor de su propio ataque, y es inocente de lo que ha causado. El milagro no hace sino mostrarle que él no ha hecho nada. De lo que tiene miedo es de una causa que carece de los efectos que habrían hecho de ella una causa. Por lo tanto, nunca lo fue”. 

Benito se restregaba los ojos. Quería comprender. Quería clarificar. Quería tener luz en su mente y en su corazón. El miedo lo visitaba de tanto en tanto. Lo tiraba de su casa y se aferraba a sus seguridades internas. Y, cada día, iba poniendo sus bases sólidas para no permitir que entrara. 

Releía aquellas ideas: “Lo que mantenía vivo al miedo era que él no veía que él mismo era el autor del sueño y no una de sus figuras. Él se causa a sí mismo lo que sueña que le causó a su hermano. Y esto es todo lo que el sueño ha hecho y lo que le ha ofrecido para mostrarle que sus deseos se han cumplido”.

Era duro aceptarlo. Nadie quería hacerse daño a sí mismo. Y, sin embargo, en algunas ocasiones, lo hacíamos. Benito nunca podía olvidar un hecho de histeria en una persona. Estaban en una reunión. El comportamiento de aquella señora de mediana edad no era aceptable. 

Todos estaban preocupados. Su expresión iba elevando su tono. Sus gritos no concordaban con lo que estaban tratando. De pronto, sin esperarlo, uno de los asistentes le propinó una soberbia bofetada y de repente, se calmó. Los presentes estaban sorprendidos. A nadie se le hubiera ocurrido darle esa terrible bofetada. 

Al centrarla en el dolor de su cara, la mente se centró en la cordura y no en el sueño que estaba creando de angustia y de fantasía interior. Esos sueños, Benito veía que le causaban daño al ser humano. Espejismos de ideas y situaciones que entraban en la mente y la dirigían sin ninguna cordura. 

Había una puerta que debían tener cuidado con ella: la puerta del sueño. Todos soñábamos. Todos creábamos nuestros propios miedos y nuestros propios caminos. No éramos responsables de nuestros sueños. Al ser conscientes de los mismos, entonces elegíamos sueños de comprensión, de perdón, de amabilidad y de sensatez. 

Con ese tipo de sueños íbamos expulsando de nosotros mismos el miedo, porque el miedo era una creación personal nuestra sin darnos cuenta.

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