Rafa estaba triste. Se sentía roto por dentro. Los sentimientos lastimados le herían mucho más que unas heridas físicas. Entendía, en esos momentos, la expresión tan clara de tener el corazón destrozado. Su cabeza afirmaba, con su movimiento, la verdad de tal afirmación en las relaciones humanas.
Hasta entonces nadie le había lastimado tanto. Nadie le había hecho tanto daño. Nadie se había atrevido a romperle su alma y su sustento. Su tío, al que le debía una admiración sublime por todo lo que había hecho a lo largo de su vida, le había cantado las cuarenta en un asunto en el que discrepaban.
Era cierto que habían tenido sus diferencias en muchos momentos. Pero nunca habían llegado a levantarse la voz, a utilizar palabras hirientes, a realizar gestos de desprecio, a sentir las heridas internas de un ser humano. El intercambio de golpes fue brutal. La paliza estaba servida. El cuerpo de Rafa lo acusaba.
Sentía el dolor, el desprecio, el rechazo de alguien que era toda su vida. Había seguido siempre sus consejos. Le había puesto casi por encima de su padre por los largos momentos que le dedicaba, por las conversaciones agradables que tenían, por la sabiduría que compartía con él, a pesar de que, no tenía esa responsabilidad primera como la tenía su padre.
La dureza no se la podía creer. Sus fibras laceradas, estiradas, rotas y torcidas gritaban de dolor. Sufría y sufría con fuerza e intensidad. Al fin pudo preguntarle a su tío cuál era la causa de que fuera tan cruel, tan despiadado con él en aquella circunstancia. Su tío le confesó que no se encontraba en su mejor momento. Estaba preso por las heridas que yo le había causado a su hijo.
Rafa reconocía que había compartido una información que le habían pasado en contra de su primo. Al principio no le dio importancia, pero al final el asunto se le había ido de las manos. Eso destrozó a su primo, a su tío. Y ahora, estaba sosteniendo esa furia desatada de un padre herido por todo lo que había dicho sin ninguna base.
“El mundo no hace sino demostrar una verdad ancestral: creerás que otros te hacen a ti exactamente lo que tú crees haberles hecho a ellos. Y una vez que te hayas engañado a ti mismo culpándolos, no verás la causa de sus actos porque desearás que la culpabilidad recaiga sobre ellos”.
“¡Cuán infantil es la insolente maniobra de querer defender tu inocencia descargando tu culpabilidad fuera de ti mismo, aunque sin deshacerte de ella! No es fácil percibir tal ironía cuando lo que tus ojos ven a tu alrededor son sus graves consecuencias, mas no su frívola causa”.
“Sin causa, sus efectos parecen ser tristes y graves. Sin embargo, no son más que consecuencias. Su causa, en cambio, es lo que no es consecuencia de nada, al no ser más que una farsa”.
Rafa había visto que había caído en ese error de buscar la culpabilidad en los otros. Se había depositado en su primo. Su tío la había sufrido con mucha intensidad por ser su hijo. Y esa alma llagada llena de tristeza, cayendo en el error de que el culpable es el otro, le atacaba sin piedad.
Entendía muy bien la situación. Lloraba por su propio dolor. Lloraba por el dolor de su tío. Le dolía la experiencia de su primo. Todos buscando culpables en el otro. Volvía a releer la frase: “¡cuán infantil es la insolente maniobra de querer defender tu inocencia descargando tu culpabilidad fuera de ti mismo, aunque sin deshacerte de ella!
El dolor grababa verdades en el alma de forma duradera. Rafa decidió aprender de esa situación. Jamás caería otra vez. Un dolor que podía haber parado le había hecho sufrir a su tío, a su primo, y a él con el ataque de su tío.
No debía caer en esa trampa otra vez. Nadie era culpable de nada. Los errores se corregían y si no se estaba seguro, el silencio era el oro de la vida.
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